miércoles, 10 de diciembre de 2008

“Al que madruga, Dios lo ayuda” dice el refrán; pero a qué conclusiones se pueden llegar a partir de esta afirmación. “(…) Los refranes son sentencias breves, habitualmente, anónimas (…)”. Cada uno de ellos posee una suerte de valor consensuado o, mejor dicho, popularizado que va trasmitiéndose de generación en generación tal como un legado y se refieren a observaciones devenidas de la experiencia colectiva a lo largo del tiempo y que abordan las temáticas más diversas.
El vocablo Dios remite a un ser supremo que pertenece a las religiones monoteístas. Dios es aquel que todo lo puede y es sinónimo de bondad. Dios encarna una figura divina y universal, piadosa de aquellos necesitados y defensora de las causas nobles. Dios ayuda a todo aquel que así lo merezca y que, como bien se emplea en la jerga religiosa, no haya cometido ningún pecado.
Por otra parte, suele asociarse la acción de madrugar con todo aquel ser humano que se sacrifica para lograr sus objetivos y que como tal es merecedor del éxito.
Hay un tinte un tanto discriminatorio en la idea que expresa dicho refrán. Una buena dosis del buen optimismo capitalista y religioso. ¿Todos aquellos que no son practicantes de alguna de las religiones en las que Dios es protagonista no merecen ser ayudados, ni tampoco merecen triunfar en sus acciones? ¿Todo aquel que haya accionado de modo equivocado no es merecedor del éxito? ¿Qué sucede con aquellos que no aprovechan al máximo sus tiempos ni trabajan duro ni son sacrificados?.
Del lado marginal siempre queda lugar para aquel que no invierte su esfuerzo en cumplir con sus objetivos y termina siendo sentenciado en los tribunales de la justicia divina. Aparentemente no es meritorio tener capacidades innatas ni tampoco lo es haber tenido suerte. Como todo en este mundo, en el cielo también hay lugar sólo para unos pocos.






Nuestra Constitución Nacional establece a lo largo de su Artículo 14 que Todos los habitantes de la Nación gozarán del derecho a publicar sus ideas por la prensa sin censura previa, conforme a las leyes que reglamenten su ejercicio, pero qué nos dice respecto de esto la historia Argentina.
Entre 1930 y 1983 la Argentina ha vivido un largo período marcado fundamentalmente por seis golpes de Estado en simultáneo con pequeños períodos de democracias débiles. Esos golpes fueron llevados a cabo por las Fuerzas Armadas, en varias ocasiones, con apoyo de civiles. Así fue como se impusieron gobiernos de facto interrumpiendo la vida constitucional del país con el mero precepto de “garantizar el orden”.
Secuestros, tortura, tráfico de bebés, exilio, violencia, muerte y corrupción. En esos términos lo definen sus sobrevivientes, aquellos que permanecieron en silencio o fingieron estar de acuerdo con los que gozaban del poder. Lo cierto es que todo aquel que se opusiera al modo de pensar y obrar sostenido en aquella época corría el riesgo de ser fusilado y a posterior figurar en una de las tantas listas de desaparecidos. Rodolfo Walsh era uno de ellos.
Periodista, traductor, comunicador, militante, revolucionario, emblemático y comprometido; así es como lo conocí a Walsh. Escritor de cuentos y novelas, y de obras como Operación Masacre y Quién mató a Rosendo en las cuales revela su espíritu de investigador y su gusto por el género policial.
Walsh fue escritor toda su vida o, mejor dicho, su vida era la escritura. Prueba de ello son la convicción y la valentía con la que se ha desenvuelto en sus últimos días escribiendo la Carta Abierta a la Junta Militar en la cual denuncia las acciones ilícitas que ha llevado a cabo el gobierno en cuestión, realizando una crítica directa respecto del proceso del que estaba participando. Walsh fue y es ejemplo a seguir. Un intelectual que ha sabido hacer empleo de su palabra por una buena causa y que clandestino o no, sentenciado o no, ha sabido defender su postura y ha sabido sobre todo hacerse escuchar.
“(…) Estas son las reflexiones que en el primer aniversario de su infausto gobierno he querido hacer llegar a los miembros de esa Junta, sin esperanza de ser escuchado, con la certeza de ser perseguido, pero fiel al compromiso que asumí hace mucho tiempo de dar testimonio en momentos difíciles (…)”

"Oídos sordos"

Parque Centenario, Ramos mejía, mitad de cuadra, Universidad de Buenos Aires, Facultad de Ciencias Sociales. Jueves, 21:00 horas, planta baja y pasillos. Gente que entra, gente que sale. El camino hacia el aula 4 es casi turismo aventura.
Las paredes empapeladas, el acelere de los que terminan una cursada e ingresan a otra y el acelere de los que no llegan a comprar el apunte asignado antes de que las fotocopiadoras cierren sus puertas. Entrega de folletería, despliegue de idea, despliegue de pancartas.
Alboroto a la entrada del aula. Compañeros que se agrupan en los asientos, silencio, ingresa Santiago. Los primeros, me arriesgo a precisar, quinces minutos de clase suelen ser decisivos. Santiago designa las actividades que haremos durante las posteriores dos horas e incentiva a la interacción grupal, pero siempre hay un agregado de dinamismo capaz de interrumpir de manera tajante la transferencia. Ese agregado que quiebra el libre funcionamiento del feed back de mensajes es lo que comúnmente en cada una de las sedes de la Universidad de Buenos Aires llamamos con el nombre de “agrupaciones políticas”. De modo estadístico podría señalar que cada aproximados veinte minutos máximos de clase, sea teórica o práctica, sea de la asignatura que sea, con el docente que sea, algún miembro representante de alguna de las tantas agrupaciones políticas que forman parte de nuestra Universidad ingresa a cualquiera de las aulas que la conforman en busca de difundir los principios y propuestas que defiende y pretende llevar a cabo la agrupación a la cual pertenece.
Esta secuencia que resulta para algunos insignificante se repite religiosamente mañana, tarde y noche en cada sede; y en ocasiones logra alterar a más de uno. Las reacciones ante este tipo de actos de divulgación suelen ser diversas. Algunos observan en silencio demostrando poco interés por lo que perciben, otros observan con atención e intentan aportar o familiarizarse con lo que escuchan, otros enfurecen y pretenden brindar sus críticas de modo ofensivo, otros prefieren no hablar de lo que desconocen y otro tanto aprovecha para el esparcimiento, el ocio y para atreverse a juzgar a estos militantes de “vagos”. Mientras tanto una única reflexión que neutraliza cada una de estas posturas ronda en mi cabeza desde la primera vez en que pude ser participe de este circo donde todos quieren hablar pero pocos quieren oír. Pareciese que a todos se les olvidan cuáles son sus derechos y los del otro como seres humanos y como sujetos que viven en sociedad, pareciese que en la Facultad de Sociales donde se dicta la carrera de Ciencias de la Comunicación valga la redundancia no pudiera ser posible la comunicación. Pareciese que todos se olvidan que más allá de las diferencias de intereses el objetivo de lucha siempre es compartido. Me pregunto en nombre de qué estudiamos la comunicación si en la práctica diaria y cotidiana no somos capaces de aplicar sus leyes más básicas.
Juzgar, hacer crítica y oponerse de lo que no se está al tanto pareciese una tendencia, un modo facilista de accionar y de encubrir a la negación. La desinformación, la falta de compromiso y la mediatización de la información son algunos de los fenómenos que subrayan este tipo de accionar social que aparece hoy como la filosofía de vida del momento, que viene alimentándose hace ya unos cuantos años, y que les sirve a unos cuántos cómo método de desacreditación. Esto es a lo que algunos llaman “la apatía del ciudadano”.
"Atrapados en la red"

Me sorprendió haber encontrado un resumen de la crítica nietzscheniana a la cultura occidental. Luego de varios días de pernocte frente a los libros, las fechas de parciales aún más cerca y los niveles de adrenalina elevados, pareciese que la internet fuese la salvación. Lo extraño es que esta vez había encontrado un libro de filosofía totalmente desglosado y al alcance de cualquiera de nosotros.
Internet comienza a gestarse en los años sesenta a partir de un experimento iniciado en los Estados Unidos. La idea era crear una red de ordenadores que pudiera funcionar en casos de crisis. Si una parte de la red se dañaba, el resto del sistema debía funcionar de todos modos. La precursora de lo que hoy es Internet se llamó ARPANET y conectaba a investigadores y académicos de Estados Unidos.
En 1995 comienza la gran expansión de Internet, consolidándose la WWW como el primer servicio que ofrecía la red. Desde ese entonces el espacio cibernético se ha convertido en la herramienta globalizadora por excelencia, gobernando cada uno de los ámbitos de la vida social. Distancias más cortas, intercambio, flujos de información y mayor interacción son algunas de las ventajas que nos ofrece Internet; pero el límite entre lo que puede ser considerado beneficioso y lo que puede considerarse perjudicial para un individuo, es muy delicado.
Lectura de noticias, oferta y demanda de empleos, emisoras de radio y tv “en vivo”, comercialización de productos de todo tipo, planos de calles, guías de transportes, imágenes, fotografías, sexo, chats, blogs, libros de cualquier género, enciclopedias, diccionarios, música, películas, videos, visitas a los supermercados, tiendas de ropa, política, negocios, empresas, consultas médicas, información sobre dietas alimenticias, deportes y consultas bancarias “on line”. Con el uso de Internet todo resulta más accesible y cualquier operación engorrosa aparenta ser muy sencilla. Internet maximiza nuestro tiempo y nuestros costos monetarios.
Mediante el empleo de los tan adorados programas de descarga cualquiera de nosotros puede hacerse acreedor, en cuestión de minutos, de discografías completas, conciertos y video clips de bandas musicales, estrenos cinematográficos, video juegos y costosos libros académicos, entre otras cosas. De este modo los objetos van perdiendo su valor material y su originalidad a nivel individual, dando lugar a una suerte de fenómeno de homogeneidad en el mercado. Es decir que todos los objetos parecen ser la misma cosa, debido a que es fácil conseguirlos y su costo es invariable.
Y hay más. Internet está repleto de páginas que contienen resúmenes, monografías e información útil a los estudiantes de cualquier nivel. ¿Qué se obtiene con este tipo de facilidades?. Se consigue que el individuo no piense. Para qué pensar si otros pueden hacerlo por nosotros. Así es como nos hacen creer que sirviéndonos de su tan favorable abanico de opciones, ganamos tiempo y conservamos energía; pero de lo que no se advierte es que se está contribuyendo a que la práctica de lectura sea cada vez menor y se considere poco necesaria. Mal o bien las más perjudicadas serán aquellas generaciones futuras, las cuales nacerán con este tipo de costumbres ya insertas en la vida social.
En estas dimensiones nos narraba Ray Bradbury en Fahrenheit 451. Una novela que nos introduce en un tipo de civilización donde la libertad de pensamiento no está permitida. Donde la lectura está prohibida a nivel delictivo. Donde todas las actividades que puedan inducir al pensamiento están mal vistas. Al respecto, la historia que nos presenta Bradbury se asemeja bastante a la realidad. Pareciese que todo circundara alrededor de los modos de manipulación y sometimiento engendrados desde los pilares más elevados del poder. Pareciese estar todo debidamente calculado y con el objetivo de suprimir la capacidad de reflexión propia e individual contribuyendo a la dominación. Lo que aparenta ser una herramienta colmada de beneficios resulta ser todo lo contrario. Todo es impersonal y masivo. Todo es exposición. Todo esto es un violento camuflaje.
“Lo que sangra”

Todos los domingos, papá y mamá, acostumbraban a dormir la siesta. Desde su cuna de barrotes celestes, Facu, mi hermanito, se divertía jugando con sus ladrillos.
En cuanto se supo que mamá estaba nuevamente embarazada, todos esperaban el varoncito…y así fue. Recuerdo aquel primer cumpleaños. El jardín inundado de globos turquesa, el tío Víctor con sus anécdotas de sus períodos como Almirante en la Marina, las amigas de mamá de las clases de “Pilates” comentando sobre la cantidad indefinida de “Dietas de la Luna” que abandonaron al comenzar, la abuela Yaya siempre repleta de maquillaje y bañada en esa infalible imitación “Paloma Picasso”, su fiel compañera; y papá en la parrilla cual anfitrión luciendo aquel delantal que con unos pocos ahorros le regalé en la navidad de ese mismo año. Los roles eran bien definidos. Mamá debía siempre ocuparse de que la casa estuviera acondicionada para la ocasión y de que las ensaladas estuvieran listas cuando la carne estuviera servida en la mesa. Recuerdo aquellas épocas con nostalgia, cuando todavía disfrutábamos de estar juntos, cuando todavía podíamos llamarnos “familia”.
Papá y mamá trabajaban juntos en la firma de abogados. Con el tiempo, Papá, comenzó a incorporar cada vez más clientes y pasaba días enteros en la oficina. Por las mañanas, Mamá, se instalaba allí y ayudaba un poco con los números, un poco con los llamados. Por las tardes merodeaba por los shoppings, mientras nosotros nos amparábamos en la hospitalidad de Marga, la niñera con cama adentro que una de nuestras vecinas le recomendó. En sus ratos libres, Papá, regresaba a casa agotado y simplemente se tiraba a descansar. Pronto, los fines de semana en el parque, los recorridos por el delta y los viajecitos relámpago a la quinta en San Nicolás, eran historia.
Cada noche, durante la cena, invadían los llamados a los celulares y las discusiones entre mamá y papá se volvían eternas. A cada reclamo de mamá una rayita del volumen del televisor se sumaba, al extremo en que ella se retiraba de la mesa furiosa en busca de la botella de Bayleys que reservaba dentro de la alacena, cual trofeo de guerra. Rápidamente, Marga, llevaba a Facu a la cuna, lo arropaba y le contaba una de esas maravillosas historias de guerreros y dragones que sólo ella sabía improvisar. La secuencia se repetía una y otra vez, formando parte de nuestra rutina.
Un jueves, para mi asombro, papá regresó más temprano de la oficina que de costumbre. Yo estaba terminando mis tareas de gramática y él se ofreció a ayudarme. Mientras tanto, Marga, amasaba los tradicionales ñoquis del 29. Su bologñesa casera era un clásico en nuestra casa, el olorcito era irresistible.
Cuando estuvo todo listo nos acomodamos en la mesa. Papá levantó su tenedor y golpeando su copa de vino con él, pidió la palabra. Era un hábito familiar, una especie de ritual que solíamos poner en práctica cada vez que había algo interesante para compartir. Comentó que había sido convocado para un Seminario en la ciudad de Chicago y que debía viajar por unos quince días, si la cantidad de trabajo no lo traicionaba. Todos escuchábamos atentos. –“Es una oportunidad única que no debo rechazar” -, repetía. Lo cierto es que tenía razón. No había ningún motivo para no festejar su gran ascenso, pero yo estaba inquieta. Hacía tiempo

que extrañaba nuestras charlas, las idas y vueltas en bicicleta y las noches de “Terror” (como él solía llamarle a nuestras noches de película). Pronto, mamá alzó su copa para iniciar un brindis y, para mi asombro, fue la primera noche en mucho tiempo en la que compartimos una cena tranquila y sin discusiones.
Tres días después acompañamos a papá al aeropuerto. Luego de despedirnos mamá, Marga, Facu y yo regresamos a casa; sin antes hacer una pequeña parada por el AutoMc y comprar la última Cajita Feliz con los muñequitos de “Star Wars” que el chiquitín pedía cada vez que Ronald Mc Donald asomaba la nariz por la Tv.
Pasados los quinces días, papá no regresaba de su tan anhelado viaje. Mamá pasaba días enteros sobre la cama. Rara vez se vestía, rara vez se bañaba, rara vez salía de la casa. Ni un llamado, ni un alerta, ni un mensaje. No había noticias de él, ni de su retraso. Facu comenzaba a preguntar por él y a Marga se le acababan las respuestas. Las fábulas que solía inventarle ya no surtían efecto alguno.
Llegados los dos meses, suena el timbre. Era el cartero. Le entrega a Marga un paquete remitido desde España. Para nuestro asombro, era enviado por papá. Sentadas alrededor de la mesa lo abrimos. Dos cartas en sobres separados y tres tabletas de chocolate importado. Una de las cartas era para mamá, la otra era para mí. La abrí con desesperación. La leí y la releí una y otra vez, hasta que las lágrimas comenzaron a disipar la tinta azul y mamá me la quitó de las manos. – “¿Realmente no volvería?, ¿Por qué nos mintió?”- me pregunté. Las respuestas estaban allí escritas, pero yo no lograba entender. –“¿Qué le diríamos a Facu en cuanto creciera un poco más? ”- En un arrebato arrojé los chocolates al piso. –“¿Seria capaz de pensar que los dulces nos sacarían la amargura? ”_ Abracé a mamá con fuerza, no querría que ella también se fuera; así dormimos las dos en su cama como cuando era una niña y las pesadillas no me dejaban cerrar los ojos.
Siguieron corriendo los días, los meses y también los años. Nunca regresó. De vez en vez sonaba el teléfono y era él. Al principio hablaba sólo con mamá. Luego hablaba sólo conmigo. Hasta aquel día en que decidí no atenderlo más. Ya no había más que decir, con su silencio alcanzaba. Tanto lo necesitaba… El tazón de cereales con leche que solía prepararme luego de volver de los torneos de jockey en el club, sus promesas de clases de manejo nunca concretadas, la entrega de diplomas del secundario a la que no asistió y lo más importante, aquellos abrazos y palabras de aliento que tanto me faltaban y que ya no volvería a recibir.
Una tarde de domingo mientras mamá dormía la siesta, me acerqué a la mesa. Facu dibujaba y dibujaba sobre una libreta que yo misma le había regalado, y que sin saberlo era una de las pocas cosas que quedaban de papá en la casa. Preparé la merienda y me senté junto a él. Comenzamos a hablar y de pronto la pregunta recurrente: -“¿Papá dónde está?, ¿Va a volver?”- . Me quedé muda. Facu ya había cumplido nueve. Corrí al cuarto y busqué aquella carta que algún día yo habría tenido en mis manos y que era momento que él también leyera. Comencé por contarle el principio y luego abrimos juntos el sobre.

“Cata y Facu:
Lamento haberme ido de la forma en que lo hice y haberles mentido. Tuve que hacerlo. Les pido que entiendan.
Comencé a trabajar en una oficina en Alicante, una pequeña ciudad de España, en la cual estoy viviendo. Los extraño muchísimo a los tres, pero debo quedarme por un tiempo más.
Por favor, Catita, cuidá de Facu y mamá. Sé que vos podés hacerlo.
Espero puedan perdonarme.
Los amo con todo mi corazón y los extraño muchísimo.
Papá
Pd: Disfruten de los chocolates. Pronto estaré con ustedes”

La leímos y releímos una y otra vez. Nos abrazamos con fuerza, sabiendo que nunca nos dejaríamos. Luego vino mamá y juntos los tres nos acostamos en su cama. Facu aún era un niño y su inocencia le permitía creer que aún así él regresaría. Lloramos, reímos, y envolviéndonos en los brazos de mamá nos dormimos. La pesadilla había terminado…
“Entremés”
7:00 a.m. y esa insoportable melodía orquestal que provoca sordera y deseos de tomarse otros dulces cinco minutos de holgazanería entre las sábanas. El café casi helado, las tostadas aún atrapadas en la garganta y esa ducha reparadora son la fórmula inmutable de una mañana de rutina en la ciudad.
El caos de tránsito y la aventura de llegar a la oficina a horario suelen ser dos de los obstáculos que inducen en más de uno a esa fiebre violenta de necesidad de ruptura con lo cotidiano.
Hacía mucho tiempo tenía deseos de emprender un viaje y cualquiera fuera el lugar, la idea de pasar un fin de semana alejado de la capital me sonaba a privilegio.
Las 23:00 horas del viernes y las agujas del reloj corrían con una lentitud asombrosa mientras intentaba realizar un recuento de lo que sería infaltable colocar en mi bolso de viaje. Suficiente abrigo para apalear el frío, mi libreta de anotaciones, uno o dos bolígrafos y lo más importante, la novela que días atrás me habían obsequiado y que con ansias planeaba comenzar a leer durante mi estadía. Mi mayor dificultad sería calcular una cierta cantidad de dinero que sería destinada a gastar allí, más un sobrante para utilizar sólo ante un improvisto. Comencé a sumar: nafta de ida, nafta de vuelta, peajes de ida, peajes de vuelta, comidas varias y un poco de entretenimiento daban un total de…; si lo pensaba por más de un minuto me quedaba entre los cuatro muros.
Las 8:00 de la mañana del sábado, Autopista Lugones casi vacía. Diez minutos y un primer peaje fue lo que me llevó aterrizar en Puerto Madero. Allí llené el tanque para continuar rumbo hacia la Ruta 2, camino designado hacia la ciudad de Pinamar.
Pocos minutos después la señal de las radios locales comenzaba a perderse, no restaban más opciones que intentar sintonizar alguna emisora perdida o bien revolver con la esperanza de que en algún recoveco del auto se encontrara aquel cassette de Sandro que habría sido furor en aquellas épocas donde los pasacassettes eran la tecnología del primer mundo. Finalmente el silencio fue la mejor alternativa.

Un nuevo peaje me acercaba a las afueras de la ciudad de Chascomus y a su parador más tradicional, “Atalaya”. Allí decidí detenerme con intenciones de beber algo caliente. Como de costumbre el lugar estaba repleto, ni una mesa disponible. Las pequeñas pausas en los paradores más frecuentados, por el motivo que fueran, resultaban una forma de establecer nuevamente contacto con el conglomerado. Notable contradicción si el propósito del viaje es romper con lo cotidiano y descansar del cemento. Retomé mi camino.
A lo lejos, un cartel de madera rústica señalaba la entrada al lugar. Jóvenes andando en cuatriciclo, camionetas tamaño familiar y algún que otro lugareño arriba de su humilde bicicleta fueron los primeros detalles contemplados. A pesar de todo, la poca circulación de vehículos llamaba un tanto mi atención. Ese mismo viernes se habría iniciado el ciclo de vacaciones de invierno (el cual coincide con una pequeña interrupción en las clases escolares); sin embargo la ciudad se observaba vacía, solitaria. Allí comenzaron mis reflexiones.
¿Será que esta crisis económica continuamente camuflada en la cual vivimos haya podido condicionar la posibilidad de recreación y ocio de los argentinos?, me pregunté. Mi planteo no era del todo novedoso, de hecho el estado actual del país en términos económicos, políticos y sociales suele ser una de las temáticas más recurrentes a la hora de esquivar conversaciones triviales. Daría la sensación que discutir sobre los grandes conflictos de política del momento, a uno le brindaran una suerte de reconocimiento dentro de los grupos de pertenencia en los que solemos insertarnos. La política posiciona, me dije y continúe mi recorrido en búsqueda de algún sitio donde saciar mi apetito.
Decidí estacionarme en uno de los paradores ubicados en los balnearios de la costa. Casi todos ellos se encontraban cerrados a causa de la temporada invernal. Uno de los pocos abiertos era “El viejo lobo”, un restaurant de madera con vista al mar que se destacaba por la calidad en la preparación de mariscos. Me senté en una mesa colocada por afuera donde el calor del sol apaciguaba la brisa y me permitía disfrutar de mi lectura. En cuestión de segundos un mozo del lugar se me acercó y a través de un discurso muy protocolar me dio la bienvenida y me entregó el menú previo realizarme unas sutiles sugerencias respecto de los platos más destacados y más costosos para mi billetera. La propuesta desconcertaba. En los últimos años, Pinamar se ha convertido en una de las ciudades más visitadas de la costa atlántica atrayendo a una determinada porción de la sociedad que se corresponde con la clase media alta o alta preferentemente. Lo cierto es que este

posicionamiento no se ha conseguido de forma inmediata, más bien ha sido producto de una serie de sucesos paulatinos que dieron lugar a que se considerase a este sitio como uno de los de moda del momento y por consiguiente que se lo colocara al mismo nivel que se suele ubicar a las distinguidas costas uruguayas. Así es como el costo de realizar cualquier tipo de actividad sea hospedarse, almorzar, merendar o cenar afuera, comprar algún souvenir de recuerdo o algún artículo de primera necesidad entre tantas otras opciones; sobre tierras pinamarenses conlleva un adicional que se corresponde directamente con la mantención del status social del lugar.
Luego de meditar qué plato de la carta se ajustaba mejor a mi presupuesto, comencé a observar un poco más allá de los límites de mi mesa. A mi derecha una mujer esbelta prendía un cigarrillo y otro y otro, casi con despecho. A mi izquierda el barullo de una pareja que no se daba tregua. Todos eran lugares comunes, puntos de llegada. Todo era contradicción. ¿Será correcto afirmar entonces que es remotamente imposible intentar escapar de los dilemas habituales con los que lidiamos a diario?. Pareciese que trasladamos las tensiones junto con nosotros, como una especie de mochila inherente a uno mismo que se va atestando con el paso del tiempo. Como cuando la costumbre convierte los rumbos en meseta.
De pronto un suceso colocó todo lo demás en un segundo plano. Un niño de diez años de edad aproximadamente, se acerca al lugar. Su porte un tanto peculiar, de inmediato atrajo todas las miradas. Ropa deportiva, zapatillas con resortes y un aroma lo suficientemente nauseabundo formaban parte de su tarjeta de presentación. La clientela estaba conmocionada. En cuestión de segundos el niño dispuesto a ingresar al lugar fue detenido por uno de sus encargados, el cual mediante un discurso de suma prepotencia le pidió que tomara distancia de la entrada del mismo. Haciendo uso de sus escasos modales el niño intentó pedirle algo de comida al hombre, pero no lo consiguió. Las miradas sentenciosas de los comensales demandaban en silencio que se retirara y así fue. En la tierra de la abundancia no había lugar para los carritos de supermercado, la recolección de cartones y la limosna; sólo quedaba espacio para los atuendos de primeras marcas, los “plásticos” y las buenas costumbres.
Una vez terminado mi almuerzo, pedí la cuenta, aboné y me dirigí hacia la playa. El cielo despejado, mucho sol, poco viento. Recorridos en cuatriciclo, cabalgatas, pesca, mediomundos, jóvenes de la mano, otros haciéndose milanesa, chiquitines corriendo, otros investigando en la arena, otros aprendiendo a caminar.

Perros callejeros, mascotas, parejas y amigos disfrutaban del día. Algunos sacándole provecho a las propuestas turísticas, otros humildes le exprimían el jugo a la naturaleza. A diferencia de las temporadas de verano, las playas estaban desérticas. No había que esquivar sombrillas ni pelotitas de tennis. No estaban ni el vendedor de pirulines, ni el heladero ni el de las trenzas hawaianas. Todo era tranquilidad, recreación y meditación. La lírica sinfonía de las olas al romper, se dejaba distinguir a tiempo, exacta.
Pronto el sol comenzó a caer y pensé en dar un pequeño paseo por el centro. Salones de videojuegos, algunas confiterías, locales de ropa, almacenes, supermercados, kioscos, paradores de comida “al paso”, restaurants y salas de cine; todo abierto en pequeñas cantidades. Me detuve por un momento en un almacén en busca de algunos elementos con los que pudiera preparar mi cena. Allí conocí a Pepe. Un lugareño que tenía su almacén allí plantaba desde hacía más de veinte años. Pepe era ya una legenda en esta pequeña ciudad. Comencé pidiéndole algunos artículos hasta que la curiosidad pudo más que la discreción y lo irrumpí a preguntas. “-Y…, ¿Cómo es vivir en este lugar?, le pregunté. Parecía un hombre serio, pero no lo era; de hecho estaba bien dispuesto a brindarme sus respuestas. Es que pocas veces, en invierno, se le presentaban oportunidades de entablar conversación con otro ser humano que no fuera familiar, vecino y/o conocido. “- a Usted cómo le parece que es vivir aquí?. Pinamar es una ciudad como todas las que se mantienen gracias al turismo. Aquí también hay pobreza y crisis -”.
“- ¿Y qué sucede al terminar las altas temporadas? -”.
“- Ocurre que fuera del turismo nosotros trabajamos para nosotros, los que vivimos aquí. Hacemos lo que podemos, lo que está a nuestro alcance -”.
“- ¿Entonces qué diferencias encuentra con la vida en la Capital? -”.
“- Aquí la tranquilidad es única, tenés de todo. Gente que viene a pasar el fin de semana, chicos que tienen su familia aquí y viajan a la capital para continuar sus estudios, parejas de viejos que se mudan aquí; pero a todos los atrae la misma




cosa, la tranquilidad. Esa es la diferencia. Todo lo demás es lo mismo o peor, te diría. La salud, el trabajo, la inseguridad. Todo está mal, pero no se muestra -”.
Me demoré varios segundos en retomar las preguntas y mientras me embolsaba los productos que había comprado, ingresó otra clienta. Sin más, lo saludé amablemente y me escabullí por la puerta. Lo que me contaba Pepé no era nada nuevo, de hecho en unas pocas horas yo había podido sumergirme sin tapujos, conocer y comparar las diferentes caras de este lugar, que sin subestimar al público mediático, estaría siendo vendido como una de las ciudades más “top” a la hora de elegir un destino en dónde vacacionar, pero que en definitiva terminaba siendo no más que una ciudad como cualquier otra, con sus mismos sufrimientos, con sus mismos desafíos y torpezas.
Terminada mi cena y habiendo tomado un buen descanso, decidí salir a averiguar qué esconde la movida pinamarense. Las calles y avenidas centrales estaban desoladas, todo cerrado. Una escasa luminosidad provenía de adentro de las casas y departamentos que amparaban a aquellas familias propias del lugar o bien a aquellos que como yo habrían viajado sólo por el fin de semana.
Después de dar algunas vueltas a lo lejos se dejaba oír el bochinche. “Cream” se llamaba este sitio, siendo la única alternativa de diversión nocturna en toda la ciudad. Una combinación de bar, pub y boliche todo en uno. Sus vidrios empañados eran el crudo reflejo de la cantidad de gente que estaría amontonada allí dentro. El patovica de la entrada repetía sin cesar, “las mujeres gratis”, “los pibes 10 con consumición”. Así ingresé, un poco a los empujones otro poco pidiendo permiso. Sillones de cuerina color blanco, unas pocas mesas ratonas, $8 la lata de cerveza, 12 el Cuba Libre. Varios grupos de chicas coreando “Hoy es noche de sexo…” mientras una manada de varones se las disputaban como carne de res, la clásica luz blanca que encandila al ritmo de la música y el Dj de turno detrás de su pecera pasando los temas más comerciales del momento. Sólo un detalle había de diferente, un 80% de los bailarines eran habitantes del lugar y el otro resto eran fulanos como yo que habrían ido a pasar un buen rato para no desperdiciar la noche de sábado. Todos se conocían entre sí. La enfermera del hospital, el panadero, el canillita, la moza, el hijo y la hija del hijo de…, entre tantos otros. Luego de tomar algunas cervezas y de socializar un poco, me marché. Mi noche había llegado a su fin.


Las 10:00 de la mañana del domingo y con el equipaje cargado en el auto, emprendí mi regreso hacia la capital. Verde paisaje abierto, caminos de tierra, marea alta, marea baja, médanos, muelles, pescadores, aventura, serenidad, calma, naturaleza, gorriones, colibríes, eucaliptos, pinos, pinares, Pinamar.
Sólo era posible sintetizarla de esa forma, sintiéndola en total magnificencia con aquellos atributos que hacían honor a su nombre. Pinamar podía ser una ciudad como tantas otras, pero como tantas otras también almacenaba en su interior aquellas cualidades que tanto la distinguían.
Y allá muy en el fondo una oscura nubasón iba entorpeciendo el destello de ese sol de mediodia que en cuestión de segundos daba comienzo a una precipitosa llovizna de invierno. Las gotas caían y caían, pudiendo acariciar mi nariz el aroma de la tierra recien humedecida. Así con total nostalgia me iba desprendiendo de esta ciudad hasta mi próxima visita. Y de nuevo a recorrer la poco emblemática Ruta 2, y de nuevo a esa adrenalina del viajero que a pesar de conocer hasta la última pincelada de ese alfalto es capaz de transitarlo con igual fervor que en su primera vez.

lunes, 8 de diciembre de 2008

Ensayo: "La insoportable levedad del nosotros"

“Los otros, en verdad, son tales, pero, para estos otros,
el Otro soy yo.”

(Ryszard Kapuscinski, Cracovia, 2005)


A lo largo de la historia el hombre se ha constituido a si mismo a través de la identificación con un colectivo de pertenencia, el ser parte de un “Nosotros” (sea por afinidad ideológica, religión, raza, sexo, etc.), en contraposición a un “Otro” diferente: Occidente/Oriente, Blancos/Negros, Europa civilizada/colonias salvajes, Capitalismo/Comunismo, etc.
Ese encuentro entre un “Nosotros” y un “Otro” ha sido una experiencia fundamental que se ha repetido a lo largo de la historia numerosas veces. Ante este choque, los grupos contaron con tres alternativas posibles: construir un muro y aislarse, hacer la guerra o entablar el diálogo. Por desgracia sobran los ejemplos de las primeras dos alternativas: desde las puertas de Babilonia y la Gran Muralla China al Muro de Berlín y el apartheid o, si de campos de batalla se trata, basta con mencionar la conquista y colonización de América, África, Asia y Oceanía o las dos mortíferas guerras mundiales que vio pasar el siglo XX.
El tema del “Nosotros” y los “Otros” y la violencia que suele acompañar este encuentro, ha sido estudiado por notables pensadores. Tan sólo en la última centuria podemos mencionar desde los estudios de Malinowski sobre las tribus melanesias en las islas Trobriand, pasando por Edmund Leach, hasta autores que fueron influenciados por la aparición de la sociedad de masas, la expansión de ideologías totalitarias (nazismo, fascismo y estalinismo) y el consecuente desarraigo y terror que estas propagaron, tales como Emmanuel Lévinas y Tzvtan Todorov.
Argentina es un territorio en el que abundan ejemplos de encuentros con el “Otro” que han terminado en baños de sangre y muerte: Primero fue civilización o barbarie, federales o unitarios; después criollos o inmigrantes, peronistas o radicales, fascistas o subversivos, sin olvidar, claro, la lucha de clases marxista: el movimiento obrero contra las patronales. Algunos de estos enfrentamientos perduraron y se transformaron, el interior vs. la capital incluso llegó a dividir a aquellos que viven de un lado y de otro de una avenida entre bonaerenses y porteños.
La historia de dicotomías absolutas se extiende en una infinita lista hasta llegar a la última y doblemente mediatizada (es decir, mediada por los medios): “el campo” o el gobierno, a favor o en contra.
Pareciera ser que no importa por qué causa o empresa, siempre estamos dispuestos a emitir un juicio aún sin tener los argumentos necesarios a mano y, probablemente, a raíz de ello iniciar una discusión o una guerra, o simplemente aislarnos aduciendo que es un tema que no merece nuestra atención porque realmente no vale la pena.
Según Leach, la violencia entre seres de una misma especie (la humana) se explicaría por la ansiedad, la sensación de amenaza que produce la presencia cercana de alguien incierto, de aquel que es diferente a “nosotros” y con quien pensamos que es imposible la comunicación.
Sin embargo, si estos autores estudiaron la conformación de un “Nosotros” a partir del “Otro” durante el surgimiento de las masas, nosotros hoy asistimos a una transición de esta sociedad de masas a una sociedad globalizada, la famosa aldea global, producto de las vertiginosas transformaciones de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC’s) y de los transportes. La revolución tecnológica (o más bien electrónica) y la consecuente transformación de la cultura han dado origen a sociedades cada vez más heterogéneas y fragmentadas, por tanto ¿cómo definir quien es el “Otro” en esta nueva sociedad?
En la actualidad surgen nuevas diferencias que dan origen a más segmentaciones: Los cuadros dirigentes vs. las bases trabajadoras, los ciudadanos comunes vs. los políticos, los estudiantes militantes vs. los estudiantes despolitizados y tribus urbanas enfrentadas entre sí.
Hoy, los colectivos de identificación son cada vez más reducidos, más seculares. Aquello que nos define es cada vez más restringido. Cada vez hay más “Otros” diferentes de un “Nosotros” y sin embargo la violencia no desaparece, se multiplica.
El “Otro”, extraño e incierto, esta cada vez mas próximo, mas cercano. El “Otro”, potencial peligro, se ha transformado en nuestro vecino, en el barrio, en el trabajo o en el estudio.
La disolución de las instituciones propias de la sociedad moderna implica la desaparición del “Nosotros” y la exaltación del individuo. Hoy el “Nosotros” queda relegado a situaciones mínimas y casi todos (o todos) se convierten en un “Otro”.
Podríamos decir, tal como lo afirma Zygmunt Bauman (La modernidad líquida, 2002) que “los sólidos que han sido sometidos a disolución, y que se están derritiendo en este momento, el momento de la modernidad fluida, son los vínculos entre las elecciones individuales y los proyectos y las acciones colectivas.”

Los sólidos que se licuan

Las instituciones propias de la modernidad “están muertas y todavía vivas”, Bauman las llama instituciones zombies, de ellas sólo queda el cascarón. Por dentro están vacías de significado: la democracia, el partido, el sindicato, la clase, la universidad, el vecindario, el club de barrio, incluso la familia.
Los datos que podemos encontrar en la sociedad argentina de los últimos años dan cuenta del deterioro de las mismas:
El club y la murga, aquellos lugares que buscaban ser punto de encuentro entre los vecinos del barrio, que promovía la reunión con objetivos y metas a cumplir y que era indispensable a la hora de conformar la identidad barrial han pasado de moda.
El carnaval (y con él la murga) fue hostigado por las dictaduras militares. Los clubes de Capital Federal, que supieron tener su época de gloria en la década del 40 cuando eran más de 700 y nucleaban a alrededor de 3.000 socios cada uno, hoy apenas sobreviven. Quedan de ellos, escasamente, 300 establecimientos con un promedio de 400 socios cada uno[1].
Los sindicatos, tal cual lo relató Rodolfo Walsh ya en 1968, también fueron en decadencia. Al vandorismo le siguieron décadas de despidos masivos, medidas neoliberales, cierres de fábricas, aumento de la desocupación y una hiperinflación acelerada, además del avance de las tecnologías que requirieron cada vez más del trabajo intelectual especializado. Todos estos factores contribuyeron a terminar de fragmentar y dispersar a la clase trabajadora como tal (a eliminar su conciencia en sí y para sí). En 1954 se estimaba un 48% de la clase trabajadora afiliada a los sindicatos. En marzo de 2008 se calcula una proporción del 37 % al 20% de afiliados (teniendo en cuenta el trabajo en negro) sobre el total de los trabajadores[2].
La crisis económica de 2001 fue acompañada por una crisis de representatividad que puso fin al sistema “bipartido” que caracterizaba la política argentina: el radicalismo se hundió en la deslegitimidad. El peronismo se despedazó en múltiples corrientes. Surgieron banderías de las uniones y alianzas más incomprensibles que dieron origen a facciones que no tenían ni filiación ideológica, ni militancia, ni tradición política.
A nada más que 20 años de haber recuperado la democracia, después de una seguidilla de violentos golpes militares, esta también parece haber pasado de moda:
En las últimas elecciones presidenciales, que tuvieron lugar durante el 2007, el 86%[3] de las notificaciones para ser fiscal de mesa fueron rechazadas, los partidos políticos no contaron con suficientes militantes para fiscalizar y el ausentismo, con el 27% del padrón, se transformó en la segunda fuerza electoral. Este mismo esquema se repitió (a nivel micro) en las urnas de las instituciones como la UBA. En el 2008, en las elecciones a Centro de Estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales, tan solo participaron 5.000 alumnos de los 16.000 que votaron en las elecciones obligatorias del año anterior[4].

La moderna modernidad

Las nuevas tecnologías nos permiten disfrutar de todas las comodidades sin salir de nuestro hogar, privatizan y dejan en extinción a los espacios públicos: se puede ordenar comida con sólo marcar un número en el teléfono, hablar con personas de todas partes del mundo frente a un monitor gracias a Internet. El ordenador también nos permite practicar toda clase de deportes y juegos sin levantarnos de nuestras sillas. Las TIC’s nos mantienen conectados las 24 horas. La televisión por cable y el DVD que se pueden disfrutar en solitario reemplazan al cine (un medio que implica la reunión), y los reality shows que nos dejan elegir a nosotros (los espectadores) desde el sillón de nuestro living, el destino de sus participantes, reemplazan nuestra necesidad de expresarnos en las urnas. Reemplazan los lazos, redes e instituciones sociales y sirven de atenuantes a la situación de ahogo, aislamiento y exclusión.
Hoy pareciera no haber un “Nosotros” definido con quien aliarse, con quien identificarse, y por tanto tampoco existe un “Otro” delimitado contra quien oponerse, pero la violencia física o simbólica sigue presente dentro de la sociedad.
Ante la licuefacción de las instituciones modernas que moldeaban los colectivos de identificación de nuestra sociedad, se diluye el “Nosotros”: el nosotros barrio, el nosotros estudiantado, el nosotros trabajadores, el nosotros ciudadanos, el nosotros argentinos. El “Otro” son todos.
Bauman retoma los conceptos de Foucault sobre dominación y poder y llega a la conclusión de que en la modernidad líquida la desintegración de las redes sociales es el objetivo y el resultado del ejercicio de las nuevas técnicas de dominación que se basan en “el descompromiso y el arte de la huida”. La gente, las elites que manejan el poder del que depende el destino de la sociedad, son volátiles, invisibles, inaccesibles. La precariedad de los vínculos humanos es lo que les permite actuar.
Malinowski, para entender a los trobriandeses convivió con ellos adoptando su cultura y extrañándose de la propia. Todorov y Lévinas padecieron en carne propia el desarraigo de su patria y la adopción de una nueva muy diferente.
Tal vez la solución para librarnos de las nuevas formas de dominación sea empezar por dejar los gritos y las cacerolas y, tal como propusieron estos antropólogos, hablar con el “Otro” cara a cara, apelar a aquello que nos es común a todos. Después de todo, el “Otro” no es más que un espejo en el que “Nosotros” mismos nos reflejamos. Ellos también somos Nosotros.

[1] “Los clubes de barrio apuestan al cambio para poder sobrevivir”, Clarín.com, 11 de noviembre de 2003.
[2] “Poder real y poder simbólico”, Pagina/12, 08 de marzo de 2008.
[3] “Los fugitivos de la Justicia electoral”, Pagina/12, 25 de octubre de 2007.
[4] Datos proporcionados por el CESCO.

jueves, 4 de diciembre de 2008

Facultad de Ciencias de la Incomunicación


“El terror se basa en la incomunicación”
(Rodolfo Walsh, ANCLA)


Otro año se termina, se nos va otro cuatrimestre. Ante todo final, de todo acontecimiento, hecho, período, ciclo de la vida, todos solemos tener tendencias revisionistas: analizar logros, objetivos cumplidos o no, las metas perseguidas. En fin, ojear el camino recorrido y sacar nuestro “balance”. Yo no voy ser la excepción a esta regla.
Como todos los años, los estudiantes hemos asistido al ritual de volantes y arengas que invaden los pasillos y las aulas ante cada comicio por el Centro de Estudiantes de la facultad de Ciencias Sociales (CECSO) de la Universidad de Bs. As. (UBA). En estas elecciones en particular fui testigo y partícipe de ciertas escenas que han llamado poderosamente mi atención:
Tengo la fortuna de haber hecho muy buenos amigos en el corto lapso de dos años dentro de los pasillos de esta universidad. Muchos se conocen entre sí, otros no. Cada grupo tiene sus particularidades. Uno de ellos, el más grande numéricamente hablando, está sumamente politizado: militantes del Partido Obrero (PO), de Izquierda Socialista, de frentes independientes y no agrupados con tendencias que pasan por toda la franja de izquierda hasta incluso llegar a simpatías kirchneristas.
Aún siendo amigos, fue imposible que los nueve integrantes compartiéramos una cena todos juntos durante el desarrollo de las elecciones. Más allá del cariño, las fricciones no pudieron evitarse
Si un grupo de nueve personas que se conocen y estiman no pueden evitar mantenerse incomunicados debido a la política, ¿cómo pretender que el resto del estudiantado no se encuentre frente a una ilógica situación de incomunicación (a pesar de ser futuros licenciados en esta materia) ante las elecciones y todo lo referente a las agrupaciones políticas?
Tampoco pude dejar de poner atención sobre el enorme rechazo que recibieron los militantes de agrupaciones ante “las pasadas por las aulas” (aquella recorrida por los cursos anunciando primicias, plataformas electorales y un popurrí de novedades). Tal vez se deba que al ajetreo que significa el acto electoral también se le sumaron las tensiones y el retraso en el calendario académico producido por la famosa “toma” de la facultad durante el cuatrimestre aún en curso, en pos del reclamo por el edificio único, y que dividió profundamente al estudiantado.
Pero más allá de mis suposiciones y vivencias personales lo cierto es que los números bastan para observar que hay un grave problema de comunicación (o no-comunicación) entre los “estudiantes comunes” y los “estudiantes-militantes”:
En las últimas elecciones obligatorias, en el año 2007, se estima que participaron entre 16 y 20 mil estudiantes de un padrón de 27 mil[1]. Este año, en las elecciones optativas para el CECSO, tan solo participaron 5.284 alumnos[2].
¿Qué es lo que provoca esta situación? ¿A quién echarle la culpa de que militantes y no militantes no puedan entablar un diálogo? ¿A la pésima retórica de las agrupaciones estudiantiles? ¿A la mala predisposición de los estudiantes no politizados? ¿Al contexto social, político y económico que rodea y modela a nuestras generaciones con una visión negativa de todo aquello referente a la palabra “política”?
En el imaginario popular (aún dentro de los claustros universitarios) parece permanecer la creencia de que existe un abismo infranqueable entre un “ellos” y un “nosotros” dentro de la población estudiantil: militantes vs. estudiantes, alumnos politizados vs. “despolitizados”. No podemos atribuirle una causa única a este discurso que circula en nuestra sociedad desde décadas oscuras recientes y que se cuela en las aulas, un discurso que parece afirmar que la actividad de militar automáticamente es excluyente del trabajo y del estudio, que no es compatible con los roles de trabajador y estudiante. Son múltiples y complejos los factores que intervienen en este conflicto, en esta incomunicación, de los cuales sólo puedo enumerar unos pocos:
En primer, lugar cabe mencionar que estamos haciendo referencia a una generación que se ha criado bajo las marcas que ha dejado en sus padres la última dictadura militar; que forma parte de una sociedad donde la palabra “política” se ha convertido en sinónimo de mala palabra, quedando irremediablemente asociada a la corrupción, la estafa, el descrédito de las instituciones (incluida la UBA) y los representantes del pueblo.
A este panorama se suma el rol de los profesores: sociólogos, abogados, antropólogos, historiadores, semiólogos, en fin, intelectuales dedicados al estudio de las ciencias humanas. Intelectuales en tanto que, según A. Gramsci, cumplen la función de educadores no sólo en la transmisión de conocimientos, sino como constructores de la sociedad. Intelectuales que intervienen directamente en nuestra formación política ante la decisión de abordar tal o cual tema desde tal o cual enfoque, pero de los cuales la gran mayoría permanecen indiferentes o (en los peores casos) ponen obstáculos a los escasos espacios de encuentro entre militantes y no militantes, protestando contra toda manifestación explícita de la política universitaria. Contados son los casos de profesores que instan a sus alumnos a interiorizarse sobre los reglamentos, los reclamos, las agrupaciones, que “en definitiva son quienes van a terminar representándolos y tomando muchas decisiones sobre su vida académica futura” (J. Saborido).
Una cuota importantísima de responsabilidad en la no-comunicación sin duda, debemos atribuírsela a las agrupaciones estudiantiles, muchas de las cuales son manejadas por partidos políticos.
El fraccionamiento cada vez más vertiginoso de las mismas, que conduce a su constante desaparición y multiplicación, cambios de nombres, de orientaciones, de convicciones y acciones no ayuda a esclarecer un panorama por demás complejo para quien comienza su trayecto en la carrera. A pesar de los cambios producidos por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación que abren un sin fin de nuevas posibilidades para el intercambio entre estudiantes y agrupaciones, son escasas o inexistentes aquellas que han abierto estas nuevas vías de comunicación. Por el contrario la mayoría permanece aferrado a las viejas técnicas de cooptación de votos. La mayor parte de las agrupaciones también persiste en esquemáticas consignas, polarizadas, arcaicas, que apuntan más a políticas nacionales y con las cuales la mayoría del estudiantado no se siente identificado (“Ni K, ni campo”, “por un gobierno nacional de los trabajadores”, etc.). Todo esto, sin mencionar el acoso desmedido al que someten a los estudiantes durante una semana al año con el único fin de captar su voto. Es decir, poco y nada parece aplicarse de las teorías y prácticas de la comunicación y las herramientas retóricas y argumentativas que nos brinda la carrera.
Finalmente, queda ver cuál es la responsabilidad de los alumnos “despolitizados”.
Si hay algo que nos ha enseñado la carrera desde el primer día es que todo tiene su dialéctica: decir que la sociedad determina individuos despolitizados sería caer en un absurdo reduccionismo. Los individuos modelan a la sociedad tanto como ella interviene sobre los individuos. Y pareciera ser, que en una sociedad donde la política no tiene valor alguno debido a que las cadavéricas instituciones de la democracia parecen no dar soluciones por sí mismas, los alumnos encuentran una perfecta excusa para evitar intervenir y comprometerse con las responsabilidades y derechos que otorga el ser miembro de una Universidad Pública y Gratuita. O tal vez el problema esté justamente en esta idea, que los alumnos despolitizados no se sienten miembros de la UBA si no simples transeúntes en una carrera (o maratón) para obtener un título prestigioso.
En suma, todos los actores intervinientes en este acto de comunicación no concretado que representa la política estudiantil, tienen su importante cuota de responsabilidad.
Tal vez cuando finalmente estudiantes, agrupaciones y docentes comprendamos realmente que el poder no es un objeto inerte que se cede a un gobierno soberano o a una institución, sino que es una relación de fuerzas que atraviesa a la sociedad y a cada individuo, que se ejerce y expresa en las acciones más cotidianas de la vida, y que ante el poder siempre puede haber resistencia, que siempre existe la posibilidad de cambiar esas relaciones, tal vez entendamos que la política esta ahí, entre nosotros. Existe en cada acción o decisión que tomamos y sólo depende de nosotros lo que hagamos con ella. Tal vez entendamos entonces que para poder cambiar las relaciones de poder basta con que nos comuniquemos.


[1]“El kirchnerismo se impuso en las elecciones de Ciencias Sociales de la UBA”, Clarín.com, miércoles 03 de octubre de 2007.
[2] Datos proporcionados por el CECSO.

lunes, 1 de diciembre de 2008

¿Quién fue Rodolfo Walsh?

Algunos dicen que lo que hacemos de nuestras vidas es consecuencia de la educación que recibimos y de un proceso de aprendizaje durante la infancia y la juventud. Otros expresan que nuestra vida es un camino predefinido por alguna fuerza superior, en el que transitamos sin posibilidad de desviarnos, lo llaman karma y constituye nuestro objetivo a cumplir en este mundo. Pero hay otra mirada, como la de Jean Paul Sartre, que manifiesta que “Lo importante no es lo que han hecho de nosotros, sino lo que hacemos con lo que han hecho de nosotros”. Rodolfo Walsh es un claro ejemplo de esta visión de la vida.
De ascendencia irlandesa y perteneciente a una familia de clase media, Walsh forjó su educación entre curas y cruces. Se podría decir que era una buena base antiperonista. Y lo fue, por lo menos hasta 1956, año en que comienza la investigación de lo que desembocaría en Operación Masacre. El fusilamiento de civiles por oficiales del ejército en un basural de José León Suarez, fue el punto de partida para que el trabajo de un periodista, guiado por su vocación, se convirtiera en el objetivo de su vida: el de reflejar la realidad oculta por el Poder.
Por ser “fiel al compromiso de dar testimonios en tiempos difíciles”, Rodolfo Walsh, sacrificó su identidad, su familia y su propia vida. A través de su obra, Walsh denuncia las injusticias del sistema y evidencia los mecanismos para su ocultamiento. Pero este intelectual comprometido no se quedó en el simple reclamo, sino que cumplió un rol activo en la lucha por una sociedad más igualitaria. Lo demuestran los proyectos que emprendió en Cuba con Prensa Latina, el semanario de la CGT, sus obras literarias y por qué no cirminalísticas (Operación Masacre, ¿Quién mató a Rosendo? Y el Caso Satanovsky) o en su etapa de militante montonero con ANCLA (Agencia clandestina de noticias) y la carta abierta a la Junta Militar.
Rodolfo Walsh fue un hombre que asimiló una causa y luchó por ella hasta su último suspiro. Personificó el compromiso social de un intelectual que posee las herramientas para analizar la realidad, criticarla y transformarla. A treinta y un años de su desaparición física, su legado sigue inspirando a nuevas generaciones a creer en una sociedad más justa.

Reflexiones II

La historia de la humanidad está plagada de injusticias, dolor, guerra, hambre, explotación, etc. Todas las miserias del hombre compartidas por las sociedades a través del tiempo. Pero hoy en día, en ésta ciudad y a lo largo de este país, la peor miseria es la indiferencia y la discriminación. Es lugar común decir que con los recursos naturales de la Argentina, se podría acabar con la pobreza. Pero además de los beneficios que puede brindar la naturaleza, es necesario el factor humano. Algo que es muy difícil encontrar en nuestros tiempos (no quiere decir que no exista) y que a lo largo de doscientos años de vida del país siempre estuvo en las sombras.
Ninguna de las atrocidades que vemos día a día en cualquier noticiero nos debería sorprender, si tenemos un poco de noción de la historia del país. Desde sus inicios, con la “Revolución” de Mayo, los hombres que lucharon por ideales justos, fueron asesinados o murieron abandonados en la pobreza. Guerra civil entre acaudalados por intereses particulares, sociedades secretas, asesinos a sueldo, destierros, ejecuciones, todos puntos que conforman la línea de la historia de éste país. Pero hay otra línea, una paralela que se quiso borrar, la de los excluidos y exterminados, una línea que no denomina al el término campaña con el de genocidio, ni desierto con Pueblos Originarios. Si tenemos en cuenta todos los hechos históricos que construyeron nuestro país y desde qué lugar están contados, podemos ver que las situaciones que hemos vívido en los últimos tiempos son consecuencia o repetición de acontecimientos pasados. Se produce una suerte de ciclo, un espiral cerrado, en el que la historia dibuja círculos entre los procesos sociales y pasa siempre por las mismas causas, pero alterna los protagonistas. Es más fácil verlo cuando reconocemos que el Estado se construyó desde arriba hacia abajo, en manos de algunos hombres que tenían todo y disponían su voluntad sobre algunos otros que no tenían nada y que venían a darle vida a estas tierras desde el otro lado del océano.
Derrocamientos, atentados, golpes de Estado, nuevos exterminios, luchas armadas, una generación desaparecida. Ese fue el saldo del siglo XX. Estalló el conflicto social y los pobres adquirieron algunas armas para reclamar por sus derechos, pero los viejos dueños del país, recurrieron a las armas del ejército para que todo siga como siempre había sido. Algunos creyeron que con la democracia se acabaría el hambre, pero muchos se quedaron con un sabor amargo.
Al comenzar el siglo XXI, tuvimos una falsa sensación de cambio, protestas masivas en la calle, participación ciudadana, reclamos de un mejor país. Pero todo quedó en eso, meros reclamos. Lo pobres siguieron pobres, los ricos siguieron ricos, la clase media siguió en el medio, más cerca de los pobres anhelando acercarse a los ricos. La era de la tecnología, es inútil frente al hambre.
Hoy la historia sigue siendo la misma, la que cuentan los poderosos y la que escuchan los débiles, los cobardes, los conformistas. ¿Cómo es posible que ningún medio masivo, destaque la cantidad de niños que viven en la calle? ¿Cómo puede ser que podamos dormir tranquilos, mientras hay chicos acostados sobre un cartón en la intemperie? ¿Quién puede tirar comida tranquilo, mientras miles de niños mueren de inanición? Todos vemos a menores en la calle, en el subte, haciendo malabares para sobrevivir y ¿qué posición tomamos? ¿Qué hacemos al respecto? Los ignoramos. Todos los vemos, pero nadie los mira. Nadie se ocupa. Muchos dicen que no es su responsabilidad, otros se escudan en una limosna, cuando sabemos que una moneda no cura el hambre. Otros acusan al Estado, pero éste es el reflejo político y administrativo de nuestras acciones. Es verdad que muchos de esos niños no saben lo que es el futuro, pero los que pudimos crecer dentro de un ambiente sin carencias y con posibilidades de formarnos con educación, podríamos empezar por tomar conciencia de los que pasa a nuestro alrededor y hacernos cargo de nuestro grado de responsabilidad. Las soluciones mágicas no existen, pero sin ganas de transformar la sociedad, la historia ya está escrita. Alguien dijo que no hay libertad sin conciencia crítica, lamentablemente vivimos en un país oprimido.

jueves, 27 de noviembre de 2008

“Imponderable”

Lo teníamos calculado. Mi amiga Laura iba a ocuparse de conseguir las entradas para la tarde del sábado y yo simplemente debía concurrir a la cita en horario. Recuerdo haberle dado más de una indicación, pero me es difícil permanecer estática frente a la pantalla gigante si el film no es de mi gusto y no despierta en mí el suficiente interés como para creer que vale la pena terminar de verlo. Mañas son mañas; de todos modos, el programa era distinto.
Ese día, debíamos encontrarnos a las 15:00 horas frente al Cine Atlás ubicado en la intersección entre la Av. Santa Fé y Ayacucho. La película comenzaría quince minutos después.
Desde hace ya 10 años, El Festival de Cine Independiente, Bafici, es uno de los eventos anuales más destacados en la agenda de cada ciudadano de la provincia de Buenos Aires. El mismo, favorece la fusión entre distintos directores, temáticas sociales y visiones del mundo del cual formamos parte. Permite disfrutar de un tipo de cine diferente, reflexivo e innovador.
Este año, el Bafici, transcurriría durante 13 días. En cada uno, se exhibirían una cantidad heterogénea de películas que pasearían a su público desde lo más crudo a lo más acabado.
Laura se habría dejado convencer por un film francés titulado, “Mange, Ceci est mon corps”. Según ella, se trataría de un film que alcanzaría lo más dramático. Lo cierto, es que ninguna de las dos tenía la certeza de lo que encontraría al atravesar esas extensas cortinas rojas que separarían la entrada del cine, de la sala en cuestión. Rápido, corrimos en búsqueda de la mejor ubicación posible; teniendo en cuenta, que las butacas eran escasas, a pesar del horario.
Celulares apagados y golosinas en mano, el Director de la película, Michelange Quay, se acercó al telón y con ayuda de su inseparable traductora, nos brindó unas acogedoras palabras de aliento. La incertidumbre comenzaba a florecer.
Las primeras escenas fueron técnicamente perfectas. Paisajes de lugares exóticos captados desde gran altura y un grupo de negros en plena danza autóctona dejaban apreciar el matiz cultural de la película.
Luego se sucedieron una seguidilla de imágenes contrastantes, desordenadas, que dieron lugar a que parte de la audiencia decidiera, forzosamente, irse; o en su defecto tomar una breve siesta.
Una anciana luciendo un provocativo camisolín de encaje, impropio para su edad, recostada sobre una cama mientras repetía en forma constante: “Come de mi cuerpo” y tocaba un teclado que se veía apoyado sobre su regazo. Una mujer, que aparentaba ser su hija, reunía alrededor de una mesa a un grupo de niños de raza negra, mientras los manipulaba en forma directa. Una suerte de palangana colmada de leche, de la cual bebían y se bañaban varios de los personajes. Y por último, la desnudez, por momentos innecesaria de los protagonistas; lograban distorsionar por completo, la idea central de la película.


Aún así, Laura y yo, pretendíamos quedarnos y apreciar el final de la historia; mientras observábamos el reloj moverse con desgano y nos dejábamos atrapar por la pereza.
Era claro que, el film intentaba exponer los pesares de la colonización en Haití, las discrepancias de las razas humanas, la dominación entre unas y otras y las dificultades de supervivencia que sufren algunos grupos sociales. Pero lo que también estaba claro es que, resultaba muy difícil comprender la conceptualización realizada por el autor; a través de imágenes tan dispares. Habíamos realizado un viaje de una hora y media promedio, sumergidas en un conglomerado de ideas, me arriegaría a llamar “caprichosas”.
Finalmente llegó la escena final. Laura y yo decidimos quedarnos, con el objetivo de averiguar qué mensaje subliminar se ocultaba detrás de tal caos sensorial. Se cerró el telón y el director junto a su traductora “estrella” se acercó a discutir, con el escaso público que quedaba, las diferentes interpretaciones de la temática que brindaba la historia.
Un silencio se extendió por toda la sala, hasta que una joven cercana a nosotras, se animó a realizar la primer pregunta. Su cuestionamiento del tipo: “De qué color es el caballo blanco de San Martín ?”, no dejaba espacio a la imaginación. La respuesta era sencilla; la pregunta básica, predecible, irrelevante.
A lo lejos, se dejaba oir la voz refinada y delicada de una mujer, regocijándose con su habla inglesa. La traductora inquieta, gozaba su minuto de fama; mientras el Director, inseguro, no lograba definir con precisión su postura frente a la temática.
Comenzó a tornarse insostenible permanecer allí, inmersas en ese mundo paralelo y artificial de caras bonitas e interrogatorios vanales. Estaba claro que el film apuntaba a un estilo de público específico; lo que no estaba claro era, la absurda e innecesaria presencia de ciertos sujetos que sólo habían concurrido al evento, en sus ansias de pabonearse. Lo que comunmente llamaríamos, “hacer face”.
Así es como, Laura y yo decidimos emprender la retirada; de todos modos, habíamos logrado obtener el material suficiente, que me permitiría continuar con mis ejercicios de redacción. Pronto, el Atlas comenzaría a trasmitir otro largometraje.
Afuera, la ciudad intacta, en movimiento. No nos habíamos perdido de mucho. Por el contrario, teniamos una historia que contar y el relato, definitivamente, no sería el mismo.

“Ya sé que estoy piantao, piantao…”

Un 4 de mayo del 2008, el sol apaciguaba aquella clásica ventisca de otoño en una mañana de sábado que prometía ser diferente. El punto de encuentro entre Érica y yo era la estación de Barrancas de Belgrano, puntualmente a las 10:30 horas.
Una vez en el lugar propuesto, tomamos el colectivo de la línea “64” el cual nos trasladaría hasta el barrio de La Boca. A mitad de camino coincidimos con Sami y en ese mismo momento fue cuando comencé a reflexionar acerca de cómo se han revolucionado nuestras vidas a partir de la invención del teléfono celular. Un artefacto que ha influenciado de manera rotunda las comunicaciones, posibilitando que los trayectos y distancias sean cada vez más pequeños.
Una vez acomodadas en los asientos las conversaciones no daban tregua, logrando despabilar a cada uno de los pasajeros mientras publicábamos en detalle nuestras vidas privadas. Acercándose las dos horas de viaje, comenzábamos a visualizar las primeras huellas de una de las zonas de nuestra ciudad porteña, más concurridas y de mayor desidia en la actualidad. La famosa “Casa Amarilla”, el museo “Quinquela Martin”, el inconfundible “Caminito”, el antiguo puente transbordador “Nicolás Avellaneda” y las orillas del Riachuelo; se reconocían como las mayores atracciones del lugar. Me pregunto cómo no repasar aquellas épocas donde los sueños de progreso parecían al alcance de la mano. La Boca nos obligaba a realizar una concreta comparación entre los vestigios de aquel pasado prometedor y la penuria de este presente, forzado.
Al arribar en la terminal del “64”, nuestra aventura comenzó. Una inmensidad de sensaciones invadían el cuerpo. Variados intérpretes y bailarines de Tango, una innumerable cantidad de turistas venidos de todas partes del mundo, vendedores ambulantes, ferias callejeras y un corriente imitador de Maradona que se ganaba el día robando fotografías y regalando autógrafos. Una fiebre de curiosidad, nos hizo transitar el nostálgico “Caminito”. Los intensos colores de sus conventillos atrapaban nuestra visión. Vías abandonadas, tiendas de obsequios y unas estatuillas en representación del General Perón, Evita y Maradona certificando el recuerdo romántico de la historia vivida.
Luego de tanto recorrer, llegamos al 890 de la calle Magallanes. Precisamente con el “Conventillo Verde” que tanto ansiábamos conocer. Este pequeño aposento fue construido en 1863 y conservado desde ese entonces, para en el 2001 ser restaurado y acondicionado convirtiéndose en un espacio dedicado a la expresión cultural. La entrada hacia el interior de la casa se encontraba mediada por una diminuta escalera, que generaba gran desconfianza al invitado en cuanto se dejaba oir el crujir de sus tablones. Cada ambiente, era ocupado por las labores individuales de cada uno de los artista que participaban de la exposición. Paredes blancas intercaladas con chapa de color amarillo, pisos de parqued gastado y techos de chapa del cual tendía una campana de bronce. Pies de antiguas máquinas de cocer utilizadas como mesas combinadas con un conglomerado de sillas impares. Varios recipientes de vidrio cargados de agua remitiendo a una suerte de armonización espiritual y corporal de la cual se deleitaba explicándonos la anfitriona del lugar, al unísono de una melodía clásica renacentista y el aroma puro a inciensos que invitaban a la utopía de sumergirse en un mundo diferente, cálido e imaginado.Los detalles infraestructurales del lugar, daban cuenta de la escasez de resursos disponibles, de la generosa cooperación y el compromiso asumido por los vecinos de la zona.
En el unico salón de la casa se dejaba relucir la obra de Celia Güichal, actual docente en la carrera de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de Buenos Aires. “Paisaje interno, Paisaje externo” se titulaba su muestra. Varias de sus pinturas remitían a paisajes característicos del norte argentino y otras tantas hacían incapié a los pensamientos más íntimos de la autora. El punto en común entre todas, era la pequeña descripción en cuanto a técnica y materiales que se podía apreciar por debajo de cada una de ellas y que en ciertos casos incluía alguna frase célebre acorde a la temática de la pintura siendo también traducida al inglés.
Una de las obras más llamativas fue aquella titulada “Pachamama”. La misma había sido realizada a base de acrílico sobre tela de 40 x 60. La escena estaba dada por una semiesfera de color azul muy intenso. De su centro brotaba una figura amorfa mezcla de tonos rojos, anaranjados y amarillos aludiendo a una suerte de tejido muscular, al órgano fecundativo por excelencia, a la matriz en donde se sustenta el origen de todo ser humano. Por fuera se dejaban visualizar una cierta cantidad de hilos de color amarillo que contenían en uno de sus extremos una suerte de vulvo, de semilla, dirigiéndose hacia el hueco ubicado en la matriz. Claramente, La “Pachamama” nos insertaba en aquella instancia unica en la que se hace posible el encuentro celular, símbolo de la creación misma.
Aquella fusión entre imágenes y fraseos afloraban los sentidos. Un vaiven de ideas e interrogantes provenientes de la vivencia contidiana de cada una de nosotras, se interceptaban con suma libertad. Como en una de las obras titulada “El árbol de la memoria”, la cual hacía referencia a la pregunta por el origen, por la naturaleza de la especie humana; colocando a los genes como punto de partida y determinante de la misma. En un segundo plano, remitía a aquellos eslabones que cada uno de nosotros, en calidad de seres pensantes, construye y archiva en el interior de su mente y que conciernen a experiencias pasadas.

Revisando las obras de los otros artistas hallé una escultura metálica, que captó mi atención de modo evidente. La misma era identificada como “El Incinerador de cartas de amor”. No pude dejar de preguntarme acerca de las diferentes facetas por las cuales a transitado el arte hasta la actualidad. Las distintas corrientes vanguardistas y la instauración de un estilo de expresión un tanto peculiar que se corresponde con el empleo de ciertos objetos o piezas metálicas en deshuso, que comunmente llamaríamos “chatarra”, y que suelen ser utilizados para la creación de obras artísticas. Este era el caso, aquella obra pertenecía a un autodidacta llamado Mario Alberto Antón, el cual reunía las características de aquellos artistas que surgieron bajo la adopción de las nuevas modalidades de progreso y desarrollo asentadas a partir de la era industrial.

Pasada la hora exacta desde nuestro ingreso, resultada difícil abandonar esa acogedora sensación que nos era proveída de aquel sitio. Anotadores, grabador y cámara en mano, continuamos nuestro recorrido. A lo largo de dos cuadras, hallamos un típico bodegón al cual decidimos entrar. Era necesario tomar un descanso. Todos los espacios gastronómicos de la zona compartían un punto en común, el disfrute de la comida era acompañado por melodías del tango interpretadas por hombres y mujeres de manera indistinta, que se ganaban la vida exponiendo sus dotes artísticos.

Terminado el almuerzo, el sol comenzaba a ponerse y emprendimos el regreso a nuestros hogares. Sería difilcultoso retornar a aquel mundo de lo predecible, de lo habitual, que acostumbramos a transitar casi por inercia y del cual resultaba una experiencia inigualable permitirse escapar de a ratos.

Sin lugar a dudas, La Boca, se nos presentaba en todo su esplendor. Con sus penas y sus glorias. Con el sudor en la frente de aquel que, día tras día, se las rebusca al conseguir la porción de pan para llevar a su mesa cada noche, con el artista frustrado, con ese contraste de culturas entre la propia y la del otro, entre lo exótico y la tipicidad de lo autóctono. La Boca, es un mundo que hay que darse la oportunidad de apreciar y por qué no durante su estadía, sumergirse en los desniveles del “Conventillo Verde” que tan encantado estará de recibirlos.


(…) Dedicado a los protagonistas de inclinar lo que sucede
Y combinar el tiempo para una realidad mejor.
A los amigos que traen lo que nunca vimos,
y llevan lo que compartimos.
A los amantes del arte
y a los amantes (…)

Reflexiones

Mi vida “Libre de Humo”
-Día (1): Lloro, grito, me enojo y de golpe paro. No aguanto. Me voy a caminar, una bolsa de golosinas, un pote de helado y una buena peli seguro ayudan.
-Día (2): Empiezo el laburo nuevo. Trato de distraerme y un poco lo logro. Les cuento a todos que ya no fumo más. Que lo dejé. La ansiedad cada vez pasa más rápido. Pd: Mentí. Me siento horrible!
-Día (3): Pareciera que fuese más fácil. Camino hacia casa, no dejo de pensar. Vuelvo a las lágrimas. Extraño su compañía. Extraño nuestros festejos, extraño ese silencio aliviador cuando todo es pena y olvido. Lo extraño en el almuerzo, en la cena, al caminar, en las reuniones con amigos, en la soledad misma…-“Lo extraño”-. Pierdo el control. Corro a buscar aquel libro de autoayuda que conservo desde niña, el mismo que solía usar para los trabajos de investigación de la escuela. Allí estaba, en una de las cajas que quedaron de la última mudanza. Voy al índice y encuentro un capítulo sobre ansiedades. Lo leo y lo releo. Logro tranquilizarme. Nota: Importante acumular información útil para aquellos momentos en los que es necesario reforzar la idea.
-Día (4): Comienzo a notar los pequeños cambios. Duermo mejor, me despierto mejor y tengo los antojos más insólitos. Le prohíbo a mi gente atreverse a fumar delante de mío. Estoy intolerante, cualquier motivo es suficiente para llenarme de ira. Sigo con la idea a viva voz. No me tengo que dejar ganar.
-Día (5): Continúo sin poder concentrarme. Perdí la inspiración. No puedo escribir, no puedo estudiar. Hago planes con amigas. Estando sola en casa corro el riesgo de tentarme.
-Día (6): Por fin lo logré. Me levanto temprano y salgo a caminar. La tarde está hermosa y mejor aprovecharla. La fijación oral continúa, pero las botellitas de agua y los chicles de menta ayudan a controlarla.
Llega la noche y la impaciencia me supera. Las discusiones con vos son interminables. Nuestros criterios son distintos y ninguno de los dos está dispuesto a ceder. Estacionamos el auto en una calle desierta. Tu falta de consideración me agota, me deja sin palabras. Te arrebato un cigarrillo. Lo observo detenidamente. –“¿Vale la pena tirar por la ventana el esfuerzo?”-, pienso. Dejo pasar unos minutos y lo enciendo. Una mezcla de saciedad y taquicardia me invaden. La agonía había terminado. Seguimos viaje y sigo fumando. Miento y digo que volveré a dejarlo mañana. Proclamo la idea y se que no estoy siendo honesta.
Me relajo y dejo pasar los días. Se va acercando la fecha de la operación y la angustia me va aniquilando. Guardo bajo llave el instinto de conservación. Me coloco excusas. Aquella mañana en cuanto ingrese a la clínica todo habrá cambiado, pienso. Ya es un hecho, una decisión, una apuesta al futuro.
22/4/2008
Es martes y el día termina justo aquí en la parada del “15” que me devolverá de regreso a casa. Más de lo mismo en la clase de Antropología. El Hospital Naval desolado para variar y yo tiritando del frío, cansada de viajar, cansada de esperar y famélica del hambre acumulada. A lo lejos veo el colectivo acercarse. Subo y está repleto. Ni un asiento libre. Pago el boleto y trato de buscarme un lugarcito cerca de algún asiento. Nunca llegué a sostenerme de las barandas del techo, la poca estatura jamás me lo permitió.
Dos filas de asientos más atrás una parejita “Ponja” va conversando muy alegremente. Él de camisa a cuadros, pantalón de vestir y zapatos. Ella con un gran escote y todas las joyas encima. Daba la impresión de que concurrirían a algún evento o que regresaban del mismo. De todos modos me resultaba extraño. La expresión de admiración en sus rostros, aparentaba como si se sintieran montados en una atracción. Como si estuvieran haciendo un recorrido turístico o como si estuvieran mirando una comedia musical. Les faltaban los pochoclos.
Minutos después se desocupa un asiento y corro a sentarme en él. A mi lado viajaba una mujer bastante mayor que iba observando su teléfono celular como si esperara recibir un llamado. Su mirada era nostálgica. Comencé a preguntarme cuántas veces cualquiera de nosotros fuimos atrapados por esa incertidumbre entre la expectativa del logro y lo concreto.
A lo lejos se dejaban oír dos jovatas. Con los años me he convertido en una experta en la escucha de conversaciones ajenas y los transportes públicos son mi gran deleite. Esta vez no era la excepción. Mi oído se agudizaba. Por supuesto, la figura principal de la historia era un hombre y como para variar el pobre fulano no se veía muy favorecido.
Faltaba muy poco para llegar a destino y tan entretenida estaba que pretendía quedarme. Finalmente me decidí a bajar. Caminé hacia casa y de a poco una sonrisa iba dibujándose en mi rostro. Todas las noches, al final del día, la hostilidad de la ciudad me seducía. Me dejaba ir más allá. Me resultaba inspiradora. Y el saber que pronto me reencontraría con los míos resultaba un placer único.
17/05/2008
Sueños
Corro y no te alcanzo, por poco te pierdo de vista. Me detengo en la acera de una calle. A lo lejos una luz tenue que me impide ver el final. El abismo ante mis ojos. El cielo en escala de grises. Continúo corriendo y finalmente te dejo ir. Caigo rendida y me desvanezco. Allí me despierto, entre las lágrimas y el no saber. Con el interrogante y las conjeturas sobre la palma de mis manos. Me despierto y ya no estás en escena. Para mi tranquilidad, no estás en escena…
19/05/2008
Un mal común
¿Hasta qué punto somos capaces de soportar por amor?. O mejor dicho, ¿hasta qué punto estamos dispuestos a ceder en esa encrucijada entre el amor propio y el amor por el otro?.
¿En qué momento el derecho a réplica se convierte en el equivalente de la falta de respeto?. Alguna vez escuché que el límite propio termina donde comienza el del otro. Esta frase es en ocasiones proclamada como regla, como pauta a seguir. Pero en la realidad cotidiana es violada por completo.
El amor de pareja es un sentimiento que vale la pena vivir, coincido. He inmediatamente me cuestiono, por qué ese sentimiento que se reconoce como uno de los tantos indicativos de felicidad o condición de la misma, de un instante a otro, se transforma en una lucha de egos e intereses contrapuestos.
¿Será que el amor y las relaciones modernas también se han capitalizado?. Allí es donde entra en juego el lenguaje y las diferentes interpretaciones de esa realidad que es única y compartida. Y por defecto se produce el encuentro y el desencuentro con el otro y sus deseos de ser.
A nosotros nos encerró el desencuentro y la tensión fue acrecentándose hasta llegar a esa ruptura tan esperada. Luego devino el llanto, la nostalgia por la pérdida y la incertidumbre a transitar ese camino de soledad del que tan desacostumbrados estábamos.
Se comienza por desconocer al otro. En la desesperación comenzamos a estipular, a poner en práctica la construcción de supuestos que en su mayoría escapan a la verdad. Y finalmente se instala el sarcasmo como vehículo de salida.
Así es como nos volvemos reacios a ese sentimiento que alguna vez defendimos con uñas y dientes y por el que nos vimos favorecidos en más de una oportunidad. Entonces el nuevo intento implica mayor esfuerzo y el compromiso propio de aspirar a no tropezar, nuevamente, con la misma piedra.
(…) “Es sorprendente la facilidad con que uno puede taparse los ojos, yo era como el hombre que sigue un rastro de huellas ensangrentadas a través de la nieve, sin comprender que alguien ha sido herido” (…).
22/05/2008
En blanco y negro Buenos Aires
Cada mediodía luego del almuerzo asomo mi cabeza por el balcón de la oficina en busca de una pequeña aproximación de civilidad. Por desgracia siempre observo lo mismo, la ciudad en constante movimiento.
Jóvenes y niños saliendo del colegio, alguna que otra parejita de tórtolos enamorados marchando a la luz del sol, los típicos paseadores de perros que recorren la misma cuadra de una esquina a la otra, autos que estacionan, autos que aceleran y el semáforo de rojo a verde, de verde a rojo…amarillo.
De frente, un edificio de mayor altura al nuestro me ofrece una mirada más íntima. Algunos limpian, otros miran tv, otros toman una siesta y a la derecha siempre está allí ese muchacho de cabello oscuro que enciende un cigarrillo y me saluda amablemente. Cada día la intriga nos acerca aún más. Esa cosa de jugar entre lo incierto, de resguardarse en el silencio, de sentirse a salvo, nos resulta atractiva.
Del lado izquierdo, la terraza de uno de los tantos colegios de la zona. Un grupo de chiquitines se reúnen en fila. Corren, se caen, ríen, lloran y se quejan jugando a la mancha. A los pocos minutos se escucha el sonido del timbre y las maestras salen a su encuentro. Los niños regresan a sus aulas. El juego a terminado.
Y desde el balcón del 12º “A”, la vida sigue y sigue. Puntualmente, de lunes a viernes a las 14:30 horas.
26/05/2008
¿A qué solemos llamar “Felicidad?
Muchos la ubican en un extremo como si uno pudiera ser o no feliz. Como si uno pudiera ser o no exitoso. Como si uno pudiera o no ser afortunado. Y yo continúo preguntándome si es correcto pasar la vida de un lado o de otro de la cuerda.
La felicidad es un estado, es un modo de ver, de sentir. Es una elección de vida. Es la capacidad de todo ser humano de poder comprender lo maravilloso que hay enfrente suyo, sin dejarse obstaculizar la mirada por aquello que no le es grato. Es sentirse amado, es sentir la vida y no esperar más allá. Es sentirse en plenitud con lo propio y lo ajeno.
Y es así como algunos pocos sabios comprenden la grandeza en el canto de los pájaros, en la oscuridad de la noche, en el roce de la lluvia escurriéndose entre los dedos o en el estallido del sol cada amanecer cotidiano. Y es así como otros tantos quedan en el camino absorbidos por la penuria.
Consultorio amoroso
La manía cibernética se traslada a cada semana laboral. Charlas de poca relevancia atraviesan mañanas y tardes enteras, haciendo que las obligaciones sean menos agobiantes y los tiempos transcurran rápidamente. Chistes entre amigos, conferencias, anécdotas, consejos y algún que otro comentario de alto voltaje se descubren desde esas pequeñas ventanas de color anaranjado que titilan acompañadas de una inconfundible alerta.
Ceci comenzó hablándome sobre Santiago, el chico que sutilmente le arrastra el ala. Para su desconcierto, él estaba un tanto insistente y la invitaba a salir por cada tres renglones de conversación. Casualmente horas más tarde, Flor iba a buscarme por la oficina en cuanto se cumpliera mi horario de salida. Previo a nuestro encuentro, sube al mismo colectivo en el cual viajaba Santiago. Comenzaron hablando de Ceci para luego llegarle el turno a Gustavo, el reconocido pretendiente de Flor y viceversa.
18:30 puntuales, Flor me esperaba en la puerta de entrada al edificio. Minutos más tarde yo debía concurrir a la consulta con el Dr. Autiero, mi urólogo de cabecera. Ella iba a acompañarme. Camino a la clínica me comentó lo sucedido con Santiago y los detalles de lo conversado con él. No podíamos parar de reír. Por alguna razón ese día estábamos telepáticamente unidas a través de una red de discusiones e interrogantes y todo tenía que ver con hombres. Comencé a sentir que retrocedía a mis quince años, cuando todo era más sencillo y las charlas rondaban entre los chicos que nos gustaban y el único inconveniente posible era elegir el vestuario con el que íbamos a lucirnos en la reunión del sábado y conseguir que mamá me dejara volver una hora más tarde de lo acordado a casa.
A veces es necesario darse ese tipo de privilegios y retroceder en el tiempo en busca de esa inocencia perdida. Creo que cada una de nosotras continúa guardando un pedacito de esa niñez, que en ocasiones especiales es bueno tener a mano. Por lo menos yo, de tanto en tanto, abro esa pequeña caja de zapatos en donde guardo aquellos recuerdos que quiero conservar en los años que me resten, y cada vez que me reencuentro con ellos es esa misma sensación de nostalgia la que me atrapa que por un momento me permite regresar a ese mundo de fantasías, en donde el amor es ingenuo y las relaciones humanas más espontáneas.
02/06/2008
(…)” Era diferente, lo fue; porque había una especie de comunión, y cuando hacíamos el amor, parecía que cada duro hueso mío se correspondía con un blando hueco suyo, que cada impulso mío se hallaba matemáticamente con su eco receptor,…tal para cual…, igual que cuando se acostumbra a bailar con la misma pareja. Al principio a cada movimiento corresponde una réplica, después la réplica corresponde a cada pensamiento. Uno sólo es el que piensa; pero son dos cuerpos los que hacen la figura” (…)
De mi querido Mario Benedetti en “La Tregua”

miércoles, 26 de noviembre de 2008

Encuentro siniestro

Eran casi las nueve de la noche y Rodolfo no sabía qué ropa ponerse para ir a la fiesta. Después de haberse separado de su ex mujer, había salido muy pocas veces a fiestas con amigos. Estaba bastante descuidado, la barba la tenía crecida, había aumentado unos kilos y la bebida era su mejor compañía. Flor, su vecina iba a celebrar su cumpleaños y le invitó: -¡Véngase en un ratito para mi casa, voy a preparar una comida, va estar lindo y también vendrán amigas solteras!- le dijo Flor. Rodolfo decidió ir, aunque él siempre buscaba en las mujeres que le presentaban sus amigos, algún parecido a su ex mujer. Rodolfo estaba obsesionado, se negaba a enamorarse de otras. Había salido con varias mujeres, se divertía, se emborrachaba, pero con ninguna se comprometía en algo más serio.
Eran casi las diez y media y Rodolfo estaba aún en su casa, se vistió con pantalones Jeans azul oscuro, una camisa blanca y zapatos mocasines nuevos. Se miró en el espejo, se afeitó y se perfumó las mejillas. Salió rumbo a la casa de Flor.
Era otro esa noche, su apariencia había mejorado. Entró a la casa y se acercó a saludar a Flor y los demás invitados y vecinos, había música y todos brindaban y bailaban muy contentos. El ambiente era muy amplio y había mucha gente. De pronto vio a una chica que llamó su atención, de tez clara y cabellos ensortijados de color castaño. Rodolfo quedó impactado, se acercó a ella y le preguntó si quería bailar, ella le respondió que sí. Él sintió una sensación de placer al tocarla mientras bailaban. Le preguntó su nombre, ella le dijo que se llamaba Hortensia. ¿Eres del barrio, nunca te vi por acá? dijo Rodolfo. Ella le respondió: ¡No!, acompaño a una amiga que conoce a Flor. Ella le agarró el hombro mientras bailaban. Empezaron a beber cerveza y bailaban juntos. Habían pasado unas horas, y Hortensia le pidió que la acompañara a la casa de su amiga, tenía que sacar sus cosas, porque viajaba temprano y faltaba poco para que amaneciera. Rodolfo accedió al pedido y decidió acompañarla. Salieron de la casa y Hortensia le dijo que irían caminando, porque la casa de su amiga estaba cerca. Hacía frío afuera, apenas algunas personas en la calle y aún estaba oscuro, al salir un perro callejero les ladró y los persiguió una cuadra. Caminaban por las calles a poca luz, la luna los iluminaba. Rodolfo estaba con unas copas de más, se mostraba muy atento y cariñoso con ella, le contaba algunas experiencias. Se alejaron bastante, ya ni se escuchaba el sonido de la música a gran volumen que había en la fiesta, Rodolfo un poco ansioso le pregunta: ¿Cuánto falta para llegar?, ella le respondió que faltaba poco, sólo unas cuadras más, pasando el cementerio del pueblo. Se había terminado el asfalto, se podían ver algunos pastizales crecidos que bordeaban el camino. La temperatura había bajado unos grados. Hortensia le pide a Rodolfo que la abrazara porque tenía frío. Al abrazarla Rodolfo sintió un escalofrío, una situación para nada placentera como la del momento en que estaban bailando, sintió frío y algo extraño. De pronto agachó la mirada y sentía los pasos pero sólo de él, estaba aún oscuro, no alcanzaba a mirarle los pies, ella llevaba puesto un vestido largo, intrigado mira de nuevo al piso y vio debajo del vestido a la altura de los pies de Hortensia, patas de un animal parecidas a las de un ave, pero con dos dedos en vez de tres. Muchas veces escuché que el diablo tiene patas de gallo con dos dedos, a otros decir que tiene patas de cabra. Quedó tan impresionado que no pudo hablar, levantó la mirada y las pupilas de los ojos de Hortensia eran rojas y lo miraba fijo. La soltó de inmediato y empezó a correr sin mirar atrás, no paró y corrió hasta llegar a la casa de Flor. Entró y estaba tan pálido que le preguntaban que le había pasado, porqué se había ido de la fiesta. Rodolfo aún asustado y confundido, no entendía lo que le había pasado. Le preguntó a Flor por Hortensia si la conocía, ella le respondió que no la conocía y tampoco a su amiga. Ninguno de los invitados las habían visto en la fiesta.- ¡Pensé que no te había gustado la fiesta, que por eso te fuiste y hasta algunos invitados me decían que estabas tan ebrio que te habían visto bailar solo!, agregó Flor. Rodolfo se quedó callado, no dijo nada más. Se abrió un botón de la camisa, respiró profundo y se marchó.

martes, 25 de noviembre de 2008

”La ciudad y (nos)otros”




Este viaje comienza una noche diferente a todas, una noche en que Buenos Aires y sus alrededores está desierta, es feriado, no queda nadie, la clase media se esfuma por tres días, los porteños invaden las ciudades costeras, el interior, y la metrópolis y sus alrededores queda desierta, o al menos eso parece.
Este viaje comienza una noche diferente a todas, no hay horarios, no hay obligaciones, los relojes no sirven de nada, el celular tampoco (si no queda nadie).
Este viaje comienza para descubrir una Buenos Aires que creo conocer.
Este viaje comienza en una de las zonas más paquetas de la ciudad.

La ciudad “bian” y la otra
Figueroa Alcorta y Jerónimo Salguero: Paseo Alcorta, las mejores marcas, un jean $700, zapatillas para el caniche, el Malba, turistas, acentos de todas partes, de Brasil a Alemania, de China a Estados Unidos, dólares, torres residenciales, espacio público perfectamente planeado y ejecutado, avenida Del Libertador, cuatro por cuatro, Mercedes Benz, Toyota y Alfa Romeo a toda velocidad.
Pero en la parada del 130 soy testigo de una escena que parece fuera de lugar, que no se corresponde con este barrio tan “europeo” (tan primer mundista). Corta el semáforo y un grupo de 4 o 5 chicos (ninguno tiene más de siete u ocho años) se dispone a hacer malabares y otras “gracias”, pasan por delante de los conductores, ninguno baja el vidrio. Vuelve a cambiar el semáforo, los mercedes, las coupe, las cuatro x cuatro arrancan. Los chicos están descalzos. Zapatillas para el caniche. Los chicos meten las narices en una bolsita. Son invisibles, porque si no incomodan, molestan en medio de tanta perfección.

Llega el 130, viajar en colectivo un feriado no es lo mismo que viajar en colectivo. Los coches vienen vacíos, fantasmagóricos, no hay colas interminables, no hay apretujones, empujones, gente enlatada y transpirada, impaciente, no hay frenadas bruscas, no hay trafico que nos demore. Un feriado somos pocos los viajeros, cada uno ocupa un asiento bien lejos de los demás, cada uno va absorto en sus pensamientos, nadie parece estar apurado por llegar a ningún lado.
Avenida Del Libertador derecho. Patio Bulrich, un jean $900. Más mercedes, más edificios paquetes. De pronto el paredón del tren. Estamos cerca de la estación de Retiro, estamos cerca del Sheraton, de las torres de corporaciones internacionales. Intuyo (porque el paredón me impide verla) que estamos todavía más cerca de Villa 31. La villa más codiciada por su ubicación, una de las más antiguas y más conocidas del país ¿Conocida? ¿Cómo puedo conocerla si nunca entré, si no puedo verla? La imagino más allá de las tres vías de los ferrocarriles tal y como me la mostraron los medios, pero desde acá o detrás de una pantalla de TV no puedo sentirla, respirarla, o vivirla, no puedo conocerla.
La villa queda atrás. El centro porteño. Gente durmiendo en las recovas, calles angostas, desérticas, abandonadas hasta el martes por la mañana, persianas bajas, los carros de cartoneros son los únicos que no descansan. Corrientes, emblemática, el Luna Park, el Correo Central, acá hago un trasbordo.


Al Sur

Mientras espero al “blanquito” (como se conoce en zona sur al 159) ramal “L” roja recorro la escena, una escena que se repite siempre que hay terminales de colectivos: puestitos callejeros de comida “al paso”, un chori y una coca $2, boleterías, mugre, hileras de colectivos dormitando en espera de la próxima vuelta. Falta la masa de aves desesperada por unas migajas, falta la masa de gente desesperada por abordar las unidades, claro, es de noche y es feriado.
El “blanquito” parte, es el último, esta noche ya no salen más. En la era de la comunicación, después de la hora 0, el conurbano queda incomunicado.
Comienza el viaje hacia el sur, nuestra próxima estación, algún punto en medio del partido de Quilmes.
La Catedral, el Cabildo, la Plaza de Mayo, la Pirámide, la Rosada se aparecen solemnes, majestuosos, ¿postal de Buenos Aires? Hay más, sus muros guardan celosamente miles de historias desde antes de que este Estado tuviera historia, la historia de todos: un 25 de mayo, revoluciones y contrarrevoluciones, los golpes, un bombardeo, un 17 de octubre, una ronda y pañuelos blancos, marchas y contra marchas, cacerolas, un diciembre de 2001, represión y festejo, alegrías y desgracias ¿Qué más?
El blanquito pasa por La Boca, hace poco estuve por acá. La excusa fue ver una muestra de arte, lo que vi lo definí como un pequeño cambalache del siglo XXI: La Bombonera, los conventillos, el puente nuevo y el viejo, Discépolo, Perón, Evita y Maradona, inmigrantes y extranjeros, pasta, asado y pochoclo, un lugar donde todo se mezcla y se aturden los sentidos. Otra vez el hedor inconfundible del Riachuelo.
Cruzamos el nuevo puente Nicolás Avellaneda, cruzamos. Si Palermo llama la atención por la exuberancia de sus edificios y canteros, por cada vereda cuidadosamente diseñada, Dock Sud sorprende por la carencia, el desorden, la improvisación, calles de tierra (el asfalto es un lujo que solo unas pocas cuadras poseen), casas de chapa, madera y basura. Crucé. Me siento extranjera ¿Soy extranjera en tierras bonaerenses? Al menos mi cara, al oír las referencias de un “lugareño” sobre la parada donde tengo que bajar, debe decir que vengo como “turista”: “cuando agarra La plata, después del descampado es la primera”.
Este es el disparador para una de esas fugaces charlas de colectivo: “que el transporte público es un desastre, que no puede ser que después de las 12 no se encuentre un colectivo, pero que es comprensible con la inseguridad esta muy difícil, hay zonas liberadas, de día es tranquilo, pero de noche hay que tener cuidado por donde se anda, que no anda casi nadie por la calle”.

Quilmes es partido de río (contaminado, igual que todos), cuyo nombre posee múltiples y contradictorios significados: lo hereda de un aguerrido pueblo originario, masacrado por la conquista española. Se lo presta a una cervecería que por más de un siglo representaría la cerveza argentina, hoy brasilera.
Casas humildes, se intercalan con otras aún más humildes y con esqueletos de fábricas que murieron hace más de una década. Un barrio obrero separado de otro por amplios pastizales, interrumpidos a veces por algunos asentamientos.
Finalmente pasamos el descampado de avenida La Plata, mi ocasional compañero de viaje me avisa que es la próxima, nos despedimos.
La Plata y calle 330 bis, llego a mi primer destino en este viaje, la casa de mis parientes quilmeños.
Durante la cena familiar que consistirá nada más ni nada menos que en pizzas amasadas en casa (nada de pre-pizza, nada de delivery’s) surgirán infinidad de temas de conversación (eso sí, con la tele de fondo, igual que en casa) que me darán una idea de lo distinto que es la vida en provincia: Que hace un rato vino La Chola y trajo higos, dice que la higuera está como loca dando frutos; que Tito, el de la vuelta, se pasó con el asado que se mandó hoy en el club; que mañana se termina el torneo barrial de fútbol que se juega en el potrero, etc.
A la mañana siguiente, la luz del día me permitirá encontrar aún más diferencias: veredas anchas, anchísimas, pobladas de chicos que juegan sin preocupación alguna, más que meter un pie en la zanja, el verde crece salvaje por todas partes, todos se saludan, se conocen, me llama la atención, pienso que por casa gracias que saludamos al del departamento de enfrente.
En cierta conversación con algún otro quilmeño saldrá el inevitable comentario de que la mayoría de los porteños somos creídos.
Después de la tradicional mateada matutina, tengo que despedirme, todavía me falta explorar “el norte” y ya faltan pocas horas para que la vida vuelva a su rutina habitual.

Vámonos pa’l norte

Ahora cruzo la capital en sentido inverso, voy hacia zona norte. Paso por Colegiales, Belgrano, la barranca donde terminan los colectivos imita la imagen del Correo.
El 15 cruza General Paz, en seguida agarra Ruta Nacional Nº 9, ambiciosa obra de ingeniería que pretende unir toda América a través de una única autovía, más conocida como La Panamericana. Atravieso las localidades más ricas del conurbano, Martínez, Vicente López, San Isidro y Tigre, siempre Panamericana derecho.
El mito del norte rico y el sur pobre se repite. ¿Existe un norte rico?, ¿o es un norte de contrastes mucho más marcados?
Center Norte y Unicenter, otra vez los mega shopping, las grandes marcas. Torres de oficinas, empresas multinacionales, caballerizas de purasangres. Olor a basura quemada.
A determinada altura del camino el paisaje se volverá más campestre, zonas cada vez menos pobladas, cada vez más extensiones de pastos interrumpidas, igual que en el sur, por asentamientos, la diferencia es que aquí se intercalan con quintas, con barrios privados o countries. La Cava y San Isidro Club. Campos de Golf, canchas de tenis y mortalidad infantil.
Después de muchos countries y muchas villas llegamos al cruce con Ruta 202, esta es la última parada. Bajo del 15, bajo de Panamericana. Podría estar en Quilmes, podría estar en el Correo, pero estoy en Don Torcuato. Es la misma escena otra vez: muchos colectivos vacíos, puestitos de comida, pobreza. Apenas unas cuadras me separan de un barrio de quintas, de casas con piscinas, de garitas de vigilancia en cada esquina. Cuatro por cuatro y “pibes chorros”.
Es en una de estas casas donde nos esperan amigos y familia para disfrutar de un asado de feriado. Las conversaciones del almuerzo también tendrán un amplio repertorio, pero bastante diferente al de la cena en Quilmes: que la política y la inflación, que cómo salió el Hindú Club (el equipo de rugby local), los próximos eventos del barrio, la inseguridad en aumento constante, la movida de la noche por la zona.
El verde acá también crece por todas partes pero en prolijos jardines, los chicos también juegan tranquilos en las veredas, pero altos muros dividen su realidad de la de muchos otros chicos. En zona norte la vida es más tranquila, más pausada, más silenciosa que en capital, igual que en zona sur, pero tienen sabores diferentes. El norte es rico y es pobre, las brechas sociales son enormes.

Fin de la pausa, fin del viaje
Otro fin de semana largo más se va y otra vez se repite la conocida escena de los embotellamientos eternos de aquellos que vuelven de las mini vacaciones, de los viajes relámpagos, de las escapaditas ¿Me pregunto de qué escapan? Inevitablemente, cada vez que disponemos de tres días libres en el almanaque, cientos, o miles de hombres y mujeres que habitan en esta megalópolis que es Buenos Aires y el cordón urbano que la rodea de extremo a extremo, arman los bolsos y se fugan, desesperados hacia la costa, las montañas, la nieve. ¿Le huyen a las presiones, a las responsabilidades? ¿Escapan tal vez del cemento, las interminables torres, el humo, el ruido, los bancos, los horarios, el ritmo siempre acelerado de la vida urbana? ¿O buscan alejarse de la rutina, lo cotidiano, lo de siempre, lo que ya conocen? ¿Conocemos Buenos Aires quienes habitamos en ella?
Nací y me crié en esta (tantas veces llamada) “jungla de cemento”, en veintidós años pocas veces tuve la oportunidad de ir mucho más allá de General Paz, aquella ancha avenida que delimita capital del conurbano. Buenos Aires y sus alrededores no pueden serme desconocidos y sin embargo hoy me sentí ajena a esta ciudad.
Mientras vuelvo a casa (otra vez arriba del 15) se me cruzan muchas preguntas:
¿Hoy hay zonas ricas y zonas pobres perfectamente delimitadas o las fronteras de una y otra desaparecen, se funden? ¿Me sentí más segura en la estación del Correo Central en el corazón de la city porteña que en una bajada de Panamericana o en la Estación de Quilmes? ¿Podemos pasar todos los días frente a la pobreza extrema y la riqueza desmedida, mezclado todo en un mismo “cambalache”: el hambre y la ostentación en una cuadra, y no notarlo?
Recorrí tres mundos, cada uno con sus particularidades, cada uno con sus lugares comunes, que me recuerdan que los tres son parte de una misma Gran Ciudad. Tres mundos que crisis tras crisis fueron abatidos por la pobreza, por la desconfianza y por el miedo que atraviesan de norte a sur la provincia (o el país entero). Las diferencias socioeconómicas resaltan más en algunos lugares que en otros, pero traspasan a toda la sociedad, borrando distritos, localismos, límites políticos, sociales, artificiales o no.
Recordé la primera experiencia en La Boca, hasta entonces un mundo que creía desconocido, y entendí que La Boca no es un mundo aparte, la Boca es todo Buenos Aires condensada en unas pocas cuadras. El territorio bonaerense y la ciudad autónoma, son tierras de colores brillantes y de grises; de puerto y de industria olvidada; de aromas superpuestos; de tango y de cumbia villera; de sonidos y de silencios; de delta y de microcentro; de mito y de verdad; de política y de futbol; de arrabal y de bulevares; de moda y de arte; de lujo y de miseria; de consumo y de carencia; de río y de riacho; de sabores de acá y de allá; de cemento y de barro; de hormigón y de chapa.
Hoy convertí lo familiar en exótico, miré las rutinas, lo cotidiano de la costa rioplatense, con otros ojos, con ojos de extraña y encontré a la Buenos Aires europea y a la Buenos Aires latina, el emporio de lo importado y la capital del cirujeo, todo junto.
En esta pausa del calendario, en este viaje a través de un viejo y conocido lugar, aproveche para ver con otros ojos mi ciudad y sus suburbios, para encontrar algo nuevo en lo de siempre.