viernes, 26 de septiembre de 2008

La Odisea del Sur

Ernesto era el primogénito de una familia de clase media alta. Había nacido y se había criado en la región más austral de la Comarca que se extendía desde el Polo Sur y llegaba más allá de la línea del Ecuador.
El extenso territorio atravesaba los más diversos climas y relieves pero todos sus habitantes compartían una misma historia y una misma lengua (con sus diversas variaciones). Pero solían estar tan ocupados discutiendo entre si por pequeños conflictos cotidianos que solían olvidar este origen común que compartían y ello les imposibilitaba unirse ante los enemigos extranjeros que desde El Norte siempre lograban conquistarlos e imponer a sus dictadores para administrar las regiones de la Comarca, fuera mediante la fuerza bruta o la seducción con espejitos de colores.
Ernesto, a pesar de una importante enfermad, tuvo una infancia feliz, se dedicó desde pequeño a sus estudios y al deporte. Su familia se mudo en reiteradas oportunidades por lo que él desarrollo una gran fascinación por los viajes.
Poco antes de recibirse como médico en la prestigiosa Universidad de su región decidió, junto con un amigo de la infancia, Alberto, emprender un viaje, una aventura, conocer los diversos parajes de esta extensa Comarca que infinidad de veces había recorrido en sus libros.
El viaje se inició unos cuantos kilómetros hacia el sur y luego comenzaron a subir hacia el norte. Habían decidido hacer el recorrido con los mínimos recursos, por lo cual partieron en una moto bastante desvencijada que los terminó por abandonar a mitad de camino. Sin embargo, ambos amigos no se dieron por vencidos y decidieron continuar el viaje a como diera lugar: caminando, a dedo, volando o a nado ellos llegarían al objetivo que se habían fijado.
A lo largo del viaje Ernesto y Alberto conocieron ese continente que tanto habían imaginado e hicieron una infinidad de amistades, pero también conocieron una realidad mucho más dura. Atravesaron pueblos consumidos por una pobreza impensada en continente tan rico en recursos, fueron testigos de las mayores injusticias sociales, vieron el hambre y las enfermedades que arrastraba a la mayor parte de su población a la desesperanza mientras que una pequeña porción de los habitantes de Comarca vivían lujosamente en las grandes ciudades imitando, cada vez más, el estilo de vida de los extranjeros del Norte.
Este primer viaje no duro más que unos pocos meses, pero al volver, Ernesto ya no sería el mismo. Las experiencias vividas lo habían cambiado profundamente. Comenzó a tener una concepción distinta de la realidad, ideales por los cuales luchar.
Poco después de recibirse de médico, decidió emprender un nuevo viaje junto a otro de sus amigos, esta vez llegaría al extremo norte de la Comarca, donde conocería al “Comandante” con quien entablaría una gran amistad y quien lo convencería de emprender una lucha armada para finalmente derribar a los dictadores decretados por El Norte y liberar a la Comarca de la servidumbre impuesta por este.
Organizar las fuerzas necesarias para semejante empresa no fue fácil, llevó años de sacrificio y de una vida clandestina durante la cual Ernesto nunca dejó de ejercer su profesión como médico, atendiendo a los más pobres y necesitados.
Tras varios años de luchas, idas y vueltas, pérdidas y triunfos en el combate, Ernesto, junto al “Comandante” lograron destronar a uno de los dictadores más sanguinarios que gestionaba La Isla de la Comarca.
Para entonces ambos ya se habían vuelto figuras míticas de norte a sur en toda la extensión de estas tierras que ellos pensaban liberar. Tanto se hablaba de ellos que habían dividido la opinión pública en dos: eran deidades que venían a salvar a la Comarca de la opresión, o dos demonios capaces las mayores crueldades jamás imaginadas, según de que lado se los viera.
Por un tiempo Ernesto se dedicó a administrar la economía de la Isla una vez instaurada la Revolución, pero luego de la gran victoria obtenida allí, quería llevar la lucha más allá del mar, por lo que comenzó su descenso por el continente con el objetivo de liberar nuevos territorios.
Durante años continuó su causa internado en las más profundas, selvas en pleno corazón de la Comarca. Pero finalmente, sus enemigos (los extranjeros del norte en complicidad con los falsos gobiernos de la región) le dieron muerte tras una cruel emboscada.
Entorno a su asesinato mucho se habló, se crearon mitos y leyendas, se continúo narrando esta historia durante décadas.
Sus enemigos lo siguieron convirtiendo en un ser maligno y abominable, aquellos que se decían sus seguidores encontraron la manera de sacar provecho sobre la leyenda que se había creado a su alrededor vendiendo todo aquello que estuviera relacionado a su historia.
Aquellos ideales que Ernesto quiso transmitir, las enseñanzas que quiso dejar pronto fueron distorsionadas o relegadas: Los habitantes de la Comarca pronto volvieron a olvidar aquello de que las fronteras en su interior eran falsas divisiones, de que todos compartían una historia de opresión y sometimiento de mas de cinco siglos, que pertenecían a una misma raza: la humana, y que como tales se debían respeto y solidaridad mutua. Los pobres volvieron a ser desahuciados, los ricos pronto volvieron a ocuparse de seguir el último grito de la moda que venia del Norte.
Incluso el Comandante que continuó gobernando la Isla por décadas tampoco logró llevar adelante el proyecto que había armado junto a Ernesto….
Esa fue la triste historia de uno de los tantos héroes que dio a luz esta inmensa, rica y pobre Comarca que es Latinoamérica.

Un Cambalache de sensaciones


Diez y media de la mañana del sábado 4 de mayo de 2008, comienza un nuevo viaje.
Apenas serán poco más de 13 kilómetros la distancia que recorreremos pero será un viaje mucho más largo, hacia un pequeño sub-mundo hasta ahora desconocido para mí.
Con las chicas quedamos que yo subiría al 64 en el que ellas venían desde Estación Belgrano cuando este pasara por Pacifico. Sincronización perfecta. Así nos encontramos ya en viaje hacia el sur de la capital.
A las 12 en punto del mediodía desembarcamos en La Boca.
Nos recibió el viejo puente trasbordador Nicolás Avellaneda que conecta el barrio porteño con la “Isla Maciel”, parte de Dock Sud en Avellaneda. No puedo dejar de tener una sensación contradictoria al verlo: Hace casi un siglo fue sinónimo de progreso, de industria. Hoy es tan solo una vieja estructura metálica abandonada que remite a la pobreza y la marginalidad, eternamente asociados a la “isla”. Este tal vez sea un anticipo de aquello que me contará el barrio.
¿Como definirlo? La Boca no entra en clasificaciones, no hay categorías para encasillarlo. Tan solo en dos calles los cinco sentidos se abruman.
Entre Caminito y Magallanes escuchamos tango, tango electrónico, rock nacional, música clásica y batucada; acentos mexicanos, venezolanos, paraguayos, idiomas de oriente, ingles, italiano y francés; aplausos, invitaciones a probar todo tipo de manjares: picadas del campo pampeano, asado bien criollo, milanesas a caballo, pizza, pocohoclo y manzana acaramelada. Sentimos sus aromas mezclados con sahumerios, esencias y el Riachuelo, irremediablemente putrefacto.
Los colores inundan la vista: los viejos conventillos resaltan en amarillos y azules chillones, en rojos y verdes intensos. Madera, chapas y adoquines atravesados por antiguas vías de tranvías nos transportan a otra época.
Dobles y estatuas de Maradona se intercalan con otras de Perón y Evita.
Entre museos, ferias y shows llegamos a Magallanes 890.

El Conventillo Verde
Este es una vieja casucha, al igual que todas las demás, construida con chapas y maderas en 1863, cuyo nombre delata el color de la fachada. Tal vez en aquel entonces fue el hogar de varias familias inmigrantes, hoy alberga las obras de muchos jóvenes artistas. Autodidactas la mayoría, de pocos recursos y mucho ingenio, logran exhibir sus obras en este espacio que fue acondicionado para tal fin en el año 2001.
El interior se divide en tres ambientes ocupados cada uno por artistas diferentes, de los más variados estilos.
La decoración, más sencilla imposible: Paredes y techos blancos, ventanitas con cortinas del mismo color. Los pisos, un entablonado de madera que parece va a desplomarse bajo nuestro peso en cualquier momento. Predomina el reciclado y la artesanía: Un par de mesitas cuyas bases son soportes de antiguas maquinas de cocer, sillas de lo mas dispares, re tapizadas, re esmaltadas, dos arcaicos bafles que emanan música renacentista (según anuncia el locutor) y un trípode convertido en mesita para colocar el libro de visitas, un espejo viejo y un mostrador, un calefactor desvencijado y dos plantas conforman todo el mobiliario. Se ven distribuidos recipientes con agua por todo la casa, de diferentes formas y tamaños, la anfitriona nos cuenta que es para armonizar, “el agua, igual que el cuerpo humano, es el elemento más absorbente” argumenta.
Comenzamos por recorrer la muestra de Celia Güichal, Licenciada en comunicación y profesora de taller de expresión en la UBA y en la UNQUI, además de escritora y artista. El titulo de la muestra, “Paisaje interno, Paisaje externo” no podía ser más propio para representarla. Entre la veintena de cuadros expuestos podía sentirse la presencia del norte argentino, una realidad, conflictos externos, pero a la vez todas eran imágenes oníricas que podían narrar muchos de los pensamientos y deseos de la autora.
Dos obras que captaron mi atención podría ubicárselas como parte de una misma serie:
“Pachamama” (acrílico sobre tela, 40 x 60) y “Matriz” (no se especifica ni técnica ni medidas). En ambas obras la escena es dominada por una semiesfera de azul profundo, oscuro. De su interior, de un hueco en su centro, surge una figura amorfa, de rojos, naranjas y amarillos furiosos, evoca un tejido muscular, un órgano, el órgano de la gestación, la matriz. Ambas obras parecen ser una metáfora perfecta de la fecundidad, la creación de vida, la maternidad, la mujer, la madre tierra. Cada una representa un momento diferente en este proceso de creación de vida: “Pachamama”, es el momento de la fecundación, cientos de cabezas blancas con colas se dirigen hacia ese hueco en el centro de la madre tierra, hacia esa matriz. En “Matriz”, de esa figura roja, amorfa, alusiva a un útero, pende un punto que irradia brillo, un cigoto, una nueva célula, una nueva vida.
En la muestra hay un tercer cuadro referente al mismo tema, compuesto en la misma gama de colores se distingue en el una figura femenina. El mismo se titula “la cuida vida”.
Continuamos el recorrido por la muestra de otros artistas, algunos pintaban motivos característicos de la boca: el tango, el puerto, los buques, los conventillos. Otros se abocaban a la representación de la figura humana de forma abstracta, jugando con diferentes materiales, texturas y tonos brillantes.
Antes de abandonar la exposición me tope con una obra que me resulto interesante por lo transgresora. Si bien se ha vuelto una moda de varios best-sellers de la narración, hablar sobre la feminidad en la religión católica, era la primera vez que tropezaba con una creación visual que hablaba de un elemento central del Cristianismo en versión femenina. La obra, de Pablo Distefano (autodidacta), consistía en un sin fin de piecitas metálicas recicladas (tornillos, resortes, tuercas) aglutinadas y esmaltadas en marrón que daban forma a un Crucifijo. Pero lo peculiar de este crucifijo era que el Cristo en él representado poseía una cintura y caderas bien marcadas, y en el medio de su pecho se distinguían, perfectamente formados, un par de senos.
Sin lugar a dudas uno no puede irse del Conventillo Verde sin haber experimentado las más variadas emociones transmitidas por este arte tan diferente de aquel que acostumbramos a ver en los grandes y lujosos museos.

A la Vuelta
Salimos de la muestra y decidimos que la Boca tenía aún más para cotarnos, recorrimos sus calles, sus ferias, entramos a tiendas, probamos las delicias que ofrecían los bodegones, escuchamos y pedimos tangos nostálgicos, el ultimo fue “Cambalache”.
Tal vez esta sea la palabra más apropiada para describir a este barrio lleno de historia. Alguna vez barrio humilde, barrio de puerto y de inmigrantes desarraigados que buscaban echar raíces, de gente que corría por las calles atareada. Hoy barrio de recuerdos, que sigue lleno de extranjeros que también corren, pero esta vez para poder conocer un país nuevo en dos semanas de vacaciones.
Ya empieza a caer la tarde, el frió se empieza a sentir y emprendemos el regreso a casa. El puente ahora nos despide. Sigue ahí, sus hierros oxidados guardan más de nueve décadas de historia, que no duda en compartir con aquellos que quieran oírla, verla, degustarla, respirarla y sentirla.
En la Boca todo se mezcla, todo aparece indiferenciado: lo nuevo, lo viejo y lo reciclado, lo caro y lo barato, lo elegante y lo sucio, el arte y la frialdad, lo trágico y lo cómico, lo típico y lo exótico.
“Igual que en la vidriera irrespetuosade los cambalachesse ha mezclao la vida,y herida por un sable sin remachesves llorar la Bibliacontra un calefón”

Una película, un Festival y un Paro



El reloj marcaba las 15:35 y mientras el colectivo avanzaba por Avenida Corrientes las últimas cuadras que me separaban del Centro Cultural Ricardo Rojas a paso de hombre, yo pensaba en que llegaba tarde a la función gratuita que ofrecía el Bafici en dicho centro.
Algo que me llamaba poderosamente la atención era la gran publicidad que había tenido este año en los medios el Festival de Cine Independiente que ofrece la Ciudad de Buenos Aires desde hace ya 10 años. Pero esta edición especialmente se había hecho notar: afiches empapelando la ciudad, espacios publicitarios en programas de horario central en la televisión abierta, noticieros, los grandes diarios. Todos habían hablado del BAFICI, la incorporación de nuevas sedes al circuito, las películas, los directores, todo el BAFICI estaba en la agenda mediática.
Este miércoles 16, en el Rojas, estaba programada la exhibición de “Garras de Oro”, apenas una restauración de una película colombiana de 1926, que hace una fuerte crítica a la actuación de Estados Unidos sobre la separación de Panamá del territorio Colombiano.Increíblemente, al menos unos 50 minutos de cinta sobrevivieron a la censura y a todo el violento siglo XX.
Grande fue mi sorpresa al llegar a la puerta y encontrarme con varios carteles que anunciaban que ese día (y el siguiente) no se exhibirían películas, debido a que el personal del Centro se encontraba de paro. La sorpresa no fue solo mía ya que un grupo de más de 20 personas de variadas edades observaban los anuncios tan asombrados como yo y golpeaban la puerta en busca de explicaciones.
Muy pronto tuvo que asomarse uno de los empleados, un muchacho de unos veinte y tantos años, morocho y de barba, a explicar que el centro permanecería cerrado debido a la medida de fuerza que se veían obligados a tomar.
Logré escabullirme entre la gente y llegar junto al muchacho, le explico por qué estoy ahí, que si puedo entrevistar a alguien. Que espere un momento. La puerta se cierra.
“¿Pero, es paro docente?”, pregunta una señora, “No, no-docente”, por atrás se escucha la voz de un hombre mayor que indaga: “¿Pero si es docente, las películas qué tienen que ver?”. “No hay quien las proyecte, es personal no-docente el que para”. “Y las clases de Jazz, ¿por qué no podemos entrar?” Nadie entiende nada y en la entrada continúa la confusión.
La puerta se vuelve a abrir. Que pase, que alguien va a bajar a hablar, que ya vino otro de mis compañeros por lo mismo. Que espere otra vez.
Entro en un salón no muy amplio, despojado, donde hay una barra de bar, mesitas para sentarse, una escalera de metal que no inspira confianza lleva a un entrepiso donde hay más mesitas, un mostrador de recepción, el ascensor que dice que solo se pueden subir tres personas, un pasillo que no sé adonde va y más carteles que anuncian la paralización de las actividades, denuncian trabajo en negro, increpan al rector de la UBA.
Detrás de la barra hay tres empleados jóvenes charlando, en el mostrador un hombre y una mujer de edades más avanzadas. Intento formular algunas preguntas a alguno de ellos. Se niegan, ninguno va a hablar hasta que no baje el delegado.
Finalmente aparece por detrás del vano que sigue al ascensor. Es un hombre de estatura mediana, corpulento, moreno, pelo corto, usa lentes y viste ropa oscura y en toda la entrevista nunca sacará sus manos de los bolsillos. Se presenta como “Chelo (no me dice su nombre), delegado de la comisión gremial”.
Lo pongo al tanto de los motivos que me habían acercado hasta allí y que la noticia del paro me resulta muy interesante para realizar mi trabajo y él acepta informarme acerca de la situación.
Según “Chelo”, en el Centro Cultural se encuentran trabajando nueve compañeros en negro, que entraron como “contratados” y cuya incorporación a planta permanente se viene postergando por casi un año, además se les debe el sueldo de Marzo y Abril. Ante esta situación y luego de reiteradas asambleas y negociaciones entre APUBA y el Rectorado de la UBA, comenzaron las medidas de fuerza. El primer paro convocado este año fue realizado el viernes pasado y al continuar sin respuestas favorables se retomaron este miércoles 16 y jueves 17, los cuales coinciden con las fechas previstas para la exhibición de películas del BAFICI.
El delegado, de expresión inmutable, también me aclara que este es un paro avalado por el Ministerio de Trabajo porque es un reclamo justo, dice que quienes asisten al centro los han acusado de tomar el edificio “y hasta tuvo que venir un patrullero”.
“Chelo” insiste en que “esto no es contra el Festival, lamentablemente el reclamo se le superpone, pero tal vez así tenga otra repercusión”. Advierte además sobre la posibilidad de un paro indeterminado a partir del lunes próximo si continúan sin solución positiva a sus demandas.
La conversación, a esta altura, se desvía y pasa por la situación de la UBA, el presupuesto, los docentes “ad honorem”, los aranceles que convierten al Rojas en un centro semi-público o semi-privado, según desde qué ángulo se lo mire.
Se hace tarde y tengo que partir, agradezco la charla y me voy con la extraña sensación de que no vi la película política que viene a ver, pero terminé participando de una película política más cotidiana y más cercana a mí, tan cercana que ya casi estoy acostumbrada. Paros docentes, no docentes, de alumnos, de padres, activos pasivos, con clase a la calle o en el aula vivimos todos los días en la Universidad Pública, ¿fue el paro a puertas cerradas mi sorpresa realmente?
Afuera continúa la gente alborotada. A pocos metros, el Cine Cosmos (otro emblema de la calle Corrientes), que también es sede del Festival de Cine Independiente, continúa con la programación prevista normalmente, solo se anuncia un cambio de película a las 21:00 hs.

Despúes de su partida

Después de su partida, Sofía no pudo dormir. Durante bastantes días miraba por la ventana antes de acostarse, desde su estudio, hacia la esquina, abajo; Pero Custardoy no volvió a aparecer por allí. Esta última había sido la peor pelea que habían tenido en años. Aunque antes de la confrontación, ya estaba todo terminado entre ellos. El, con 30 años más que ella, necesitaba asentarse. Dejar de viajar tanto, de mentir, de vivir dos vidas. Ya se sentía un hombre grande, su primera nieta estaba a punto de nacer y quería reencauzar su vida. Ella en la flor de la edad, quería vivir la vida, la suya absorber la de los demás. Por lo menos eso fue lo que le dijo él, en realidad lo que le escribió. Que estaba absorbiendo su vida.
Aquella lluviosa mañana de mayo, Sofía lo sintió levantarse, pero como solía acostumbrar, se hizo la dormida. Pero cuando él cerró la puerta tan sólo 78 segundos después de haberse levantado y sin decir ni una palabra, ella supo que esa no era una mañana cualquiera. Lo confirmó cuando terminó de leer la carta que estaba sobre la mesa. No tuvo tiempo para pensar en la lluvia, ni en el frío, ni en qué dirían los vecinos. Se puso el vestido que había lucido la noche anterior, un vestido negro que él le había regalado, los zapatos que hacían juego y salió corriendo. Cuando llegó a la esquina, vio un taxi y se subió. Las únicas palabras que pronunció en todo el viaje fueron: “a la estación”. Pasando por los arcos de la puerta principal lo vio y sin esperar que el chofer detuviera el vehículo se bajó, dejando sobre el asiento el billete que llevaba en el sobretodo. Lo abordó con insultos y lágrimas en los ojos, en medio del hall central. La gente que pasaba los miraba, pero ella no veía a nadie, el dolor se lo impedía. Estuvieron forcejeando un rato hasta que por fin lo convenció y se metieron en el bar de la estación. Consiguieron un lugar desde el cual, desde una perspectiva complicada, veían una parte del andén número 4. Desde ahí partía el tren que lo llevaría de nuevo a su vida.
El futuro abuelo repitió casi exactamente las palabras que había dejado en esa carta sobre la mesa. La futura mujer, no lo escuchó. Custadoy interrumpió su soliloquio cuando escuchó su celular. Cuando sonó el teléfono, el hombre canoso le preguntó a la chica, con cierta diferencia, si por alguna razón prefería que no contestara. Ella ni siquiera lo miró, tenía sus ojos sobre el tren que estaba a punto de partir. Las últimas palabras que escuchó de su boca fueron: “Era mi mujer, ya soy abuelo. Algún día lo vas a entender. Cuidate. ¿Con esto alcanza para el café no?”

Mantícora

Cuenta la leyenda que en el bosque de Haggard, desde tiempos inmemorables, habita el Mantícora. Una bestia tan abominable como su origen. Se dice que la criatura es fruto de la relación entre un dios y una mortal. Como castigo de los demás dioses, el hijo sería la más horrenda creación sobre la tierra y se alimentaría de humanos, para recordarles el pecado de aquella mujer, que fue devorada por la bestia, quien se bañó en la sangre de su progenitora y tomó para siempre el color escarlata.
El sol asomaba radiante en el cielo el viento hacía danzar a las flores. El Rey Eleas, Señor de Amaranth, se dirigía con su séquito a cazar en el bosque de Haggard. Lo acompañaban sus hijos, el príncipe Lorien, heredero al trono y el príncipe Arold, el hijo menor. Los mienbros de la familia real iban escoltados por los diez mejores hombres de la guardia personal del rey. También llevaban los perros de caza.
Eleas conocía muy bien la leyenda del bosque y su objetivo era apresar al mantícora. Sólo él sabía el verdadero fin de esa travesía Desde hacía meses las relaciones con el reino de Eranía se habían vuelto hostiles. Su idea era atacar ese reino. Capturar a la legendaria bestia sería golpe contra la moral de sus enemigos. Pero el rey subestimó a la leyenda.
Cerca del mediodía, el contingente se había adentrado en el bosque y se disponía a almorzar. La luz solar se filtraba entre los gigantescos árboles, no se oía nada, lo único que escuchaban esos hombres eran sus propias voces. Pero ninguno, excepto Eleas reparó en el extraño silencio del bosque. Él sabía que ese no era un bosque normal. Algo más habitaba en él y el monarca quería tenerlo, exponerlo, humillarlo. Quería sentirse un dios.
Un rugido estrepitoso se escuchó en el bosque y más allá, hasta las montañas de Erania temblaron. En ese instante Lorien se dio cuenta de todo. Entendió por qué su padre llevaba siempre celosamente ese libro con antiguas leyendas. Comprendió su inmersión en el bosque, los mejores soldados del reino, el silencio de su padre, el rugido. Mientras los pensamientos se organizaban en la mente del príncipe, un segundo rugido volvió a sacudir el bosque. Las copas de los árboles se unieron y convirtieron el mediodía en penumbras. La pequeña fogata se convirtió en humo. Un olor nauseabundo, a putrefacción, a muerte, abrazó al olfato de los humanos. Los soldados, los más valientes y honrados de Amaranth implementaron una formación defensiva para proteger al rey y a sus hijos. Pero uno a uno, los diez caballeros, los más bravos de todo el reino, fueron arrastrados a la oscuridad por el bosque. Su legado fueron los gritos de terror y agonía. En menos de un minuto, padre e hijos se encontraron solos. No obstante, Eleas resplandecía de excitación, parecía vivir un sueño. Al mirarlo, Lorien tuvo la sensación de que su padre, experimentaba otra realidad.
Arold gritó. Fue un alarido provocado por un dolor inimaginable. Eleas y Lorien giraron y lo vieron, estaba delante de ellos. Su cabeza y cuerpo simulaban ser de león. De su lomo sobresalían enormes alas de murciélago. Su pelaje era del color de la sangre. Y su cola había sido diseñada como la de un escorpión, más grande, igual de mortífera. Ahora sostenía en el aire el cuerpo de un joven príncipe, moribundo, envenenado por ese aguijón escarlata.
El rey se puso delante de la bestia y a los gritos le ordenó que liberara a su hijo. El rostro golpeó dos veces el suelo, la corona sólo una. De un zarpazo, el mantícora había arrancado la cabeza del rey y cubierto de sangre a Lorien. Éste se quedó inmóvil, inmutable. Sabía que estaba frente a la muerte, pero no perdió el control. Tampoco lamento a su padre, sentía que se lo merecía, por llevar a sus hijos a ese bosque, lleno de oscuridad y terror. Una pequeña ráfaga de viento se interpuso entre la muerte con cabeza de león y el príncipe. Fue sólo un segundo, pero pareció que toda la vida habían estado así, cara a cara, la vista puesta sobre los ojos del otro. Un nuevo grito de su hermano, despertó del transe a Lorien. El dolor que sentía el menor de los príncipes, se colaba en el cuerpo del heredero a través del oído. Debía hacer algo por su Arold, no podía quedarse allí parado esperando llegar al otro mundo. De repente y sin saber por qué, recordó a su madre. Ella siempre le contaba cuentos cuando eran niños. Uno de esos cuentos hablaba de una criatura horrenda que comía hombres y que los cazaba con su aguijón venenoso. La única forma de salvar a alguien picado, era cortarle la cabeza a la bestia. A la vez que recordaba esto, Lorien empuñaba su espada con toda la fuerza que tenía su cuerpo. Su única posibilidad era cortarle la cabeza al mantícora y así, salvar a su hermano, por más que tuviera que entregar su vida.
Un rugido rompió el aire. Una sombra se abalanzó sobre él y lo tumbó al piso. Las patas se posaron en su pecho aplastándolo. Las fauces se abrieron a centímetros de su rostro y pudo sentir el hedor a sangre. Por desesperación levantó su espada con las últimas fuerzas que le quedaban y trató de alcanzar el cuello del mantícora, que con sus dientes detuvo el brazo. A punto de arrancárselo, la criatura cruzó de su pata derecha delante de la otra para sostener mejor a la presa. Fui ahí, que a pesar del dolor infinito, Lorien tomó la daga que llevaba en la cintura y la incrustó en el corazón del mantícora. En ese instante los oídos del príncipe se taparon, todo resto de sonido se había disuelto, igual que la bestia y su hermano y el mismo bosque. Con el brazo casi deshecho y sin energía para levantarse, miró por sobre su pecho y vio campo, mucho campo, rodeado de montañas. Dejó caer su cabeza y cerró los ojos, mientras el sol secaba la sangre en su cara.

Monólogo

Ya no aguanto más. Falta tan poco. Sólo resta una semana. Comparado a los seis años que esperé, es poco. Por fin me voy a reencontrar con Daniel, mi hermano y voy a conocer a mis sobrinos, a mi cuñada. Aunque ya los vi en fotos, no es lo mismo. Voy a poder escucharlos, sentirlos. Seguro que hablan con acento, debe ser muy gracioso escucharlos. Bueno, una semanita más y listo. Mamá no sabe que hacer con tanta ansiedad.
Parece increíble que después de tanto sufrimiento, tanto terror, tanta muerte, nos reunamos de vuelta. Me acuerdo como si fuera ayer cuando Daniel se fue. No le quedó otra. Se fue tan rápido que no se despidió de nadie, además no había que levantar sospechas. Que raro es el mundo, mi hermano tuvo que dejar atrás su vida para no perderla. ¿Y todo por qué? Por reclamar lo que era suyo, por defender sus ideales. Pero bueno, eso ya pasó. Ahora la familia lo espera, como a lo largo de estos años.
Me parece que cada vez está más pelado, apenas lo vea le voy a hacer un chiste. Siempre estuvo orgulloso de su melena. ¿Habrá seguido jugando al fútbol allá? Espero que si, porque los muchachos prepararon todo para un picado el domingo.
Lástima que no se quede. Ahora en democracia por ahí cambian las cosas. Le dije que los primeros tiempos lo podemos ayudar. Yo con el taller estoy más que tranquilo y los viejos tienen unos ahorros que no saben dónde meterlos. Pero el dice que ya no quiere sacarle más plata a la familia, que con la última vez ya fue suficiente. Que salame. Si sabe que volveríamos a dar todo por él. Pero lo de los chicos es verdad, ya están acostumbrados a la vida de allá. Sin embargo, todavía son chicos, podrían adaptarse a la Argentina. Voy a tratar de convencerlo, como cuando se fue. Pensar que si no lo persuadía yo, por ahí hoy estaría desaparecido.

Sueño

El espectro se ha reducido a grises. Sólo el color rojo es distinguido por mi retina, está en frente mío. De repente corro, escapo de ese lugar sin saber por qué o de quién. Lo único que sé es que debo huir porque algo me persigue. Reconozco casas, ventanas, techos, terrazas. Paso a través de todos ellos.
Me encierro en un ascensor. Presiono un botón. Siento como la adrenalina invade mi cuerpo. El ascenso se prolonga por un tiempo que no puedo registrar. Las sensaciones se intensifican, al igual que la distancia recorrida. Cuando estoy perdiendo el aire, comienza la caída, que por suerte es menos frenética que la subida.
Desciendo sobre una calle desierta. Vuelvo a correr, a escapar. Avanzo hacia lo negro. Esta vez veo que el rojo me persigue. Se acerca. Cada vez más cerca. Lo siento en mi espalda. Me sambullo en las penumbras.
El sol, que se asoma por la ventana, calienta mi rostro y me obliga a abrir los ojos.

La escritura es un viaje

La escritura es un viaje. Un viaje hacia nuestro interior. Una travesía por nuestros sentimientos y la propia imaginación. Un paseo por lo más profundo de nuestro ser con destino a la perpetuidad. ¿Acaso escribir no es eso? La impresión en palabras para la eternidad de nuestras ideas, inquietudes, sensaciones, pensamientos, miedos, filosofía, vivencias. Es mostrarle al mundo nuestra esencia.
La escritura es un viaje mágico en el que recorremos cualquier espacio, construimos el universo que sea necesario y lo vivimos al hacerlo vivir. A través de la escritura, somos quien deseemos ser, nos transformamos, experimentamos, conocemos. Gracias a la escritura somos arte. En sí misma abraza a todas las artes. La forma más placentera de escribir es pensar el acto escrito atravesado por las demás ramas artísticas.
La escritura es el viaje de nuestras vidas, es nuestra bitácora, con códigos que sólo nosotros entendemos, que sólo nosotros sabemos de dónde surgen. Sólo aquél que escribe su vida es el único que contempla a quién está destina cada letra escrita. Cada texto es una estación a la que llegamos, dejamos nuestro aporte al mundo y de la que partimos un poco más enriquecidos, más completos. Al escribir, nos miramos y miramos a los demás, nos reconocemos, tomamos posición en el universo y lo declaramos.
Me gusta sentir que cuando escribo, existo.

jueves, 25 de septiembre de 2008

Bendito tu eres

Otro Blogg creado!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!
A subier textos!