lunes, 17 de noviembre de 2008

En el paraíso

Estaba sentada. Abrí los ojos. Miré poco. Me encandilé. Tape mi cara con las manos. Las corrí. La claridad traspasaba mis párpados. Toqué arena. Clavé los dedos. La superficie caliente pero no quemaba, abajo fría. Escuche el ruido del mar. Calma. Viento. Abrí de a poco los ojos. No conocía el mar, era más azul de lo que imaginé. Fregué mis ojos. Llené mi cara de arena. Mire para todos lados. Me levanté y corrí hasta tropezar con una ola. Tragué agua. Se me escapó una lola. La acomodé. Me levanté. Vi peces que nadaban a mí alrededor, mis pies. Fui más profundo. Todavía veía mis pies. Volví a la orilla, corrí, salté y pateé las olas. Frené. No había nadie. Miré para todos lados. No tenía mi celular. Parecía una isla. En el centro palmeras y árboles. Caminé. Llegué hasta unas rocas que crucé sin dificultad. Escuche música, Bob Marley. Del otro lado más playa, más arena, pero encontré un parador de madera, con techo de paja y algunas mesas. En el mostrador un joven, rubio de ojos celestes me miró. Sonrió blancura. Me hizo señas. Desde las rocas peiné mi pelo con las manos. Todavía lo tenía mojado. Bajé. Quise caminar lento. La arena quemaba y corrí. Era un poco más amarilla que la que había dejado atrás. Llegué hasta el parador. Me dolían las plantas de los pies. El joven se acercó con el torso desnudo y un traje de baño negro hasta las rodillas. Me dio la mano. El mejor apretón de manos de mi vida. Firme, con fuerza pero sin lastimarme. No solté su mano. Él tiró. Lo solté y mordí mi labio inferior. Sonrió y me llevó hasta la barra. Me senté en una banqueta. Se fue del otro lado y me convidó con un jugo de naranja. No hablamos, solo nos miramos. Terminé el jugo y me sirvió más. Miré el vaso. Tomé con los ojos cerrados. Lo sentí a mi lado. Puso su mano en mi muslo. Dejé el vaso en el mostrador sin ver. Su otra mano en mi nuca. Abrí los ojos. Nos miramos. Acercó mi cara a su cara. Cerré los ojos. Tragué saliva. Me besó. Lo dejé besarme. Quise acomodarme, tantee el mostrador y caí de la banqueta. Estaba oscuro, en mi cuarto, en el piso y con la cama desarmada. Patch, mi perro, me había tirado de la cama.

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