Este viaje comienza una noche diferente a todas, una noche en que Buenos Aires y sus alrededores está desierta, es feriado, no queda nadie, la clase media se esfuma por tres días, los porteños invaden las ciudades costeras, el interior, y la metrópolis y sus alrededores queda desierta, o al menos eso parece.
Este viaje comienza una noche diferente a todas, no hay horarios, no hay obligaciones, los relojes no sirven de nada, el celular tampoco (si no queda nadie).
Este viaje comienza para descubrir una Buenos Aires que creo conocer.
Este viaje comienza en una de las zonas más paquetas de la ciudad.
La ciudad “bian” y la otra
Figueroa Alcorta y Jerónimo Salguero: Paseo Alcorta, las mejores marcas, un jean $700, zapatillas para el caniche, el Malba, turistas, acentos de todas partes, de Brasil a Alemania, de China a Estados Unidos, dólares, torres residenciales, espacio público perfectamente planeado y ejecutado, avenida Del Libertador, cuatro por cuatro, Mercedes Benz, Toyota y Alfa Romeo a toda velocidad.
Pero en la parada del 130 soy testigo de una escena que parece fuera de lugar, que no se corresponde con este barrio tan “europeo” (tan primer mundista). Corta el semáforo y un grupo de 4 o 5 chicos (ninguno tiene más de siete u ocho años) se dispone a hacer malabares y otras “gracias”, pasan por delante de los conductores, ninguno baja el vidrio. Vuelve a cambiar el semáforo, los mercedes, las coupe, las cuatro x cuatro arrancan. Los chicos están descalzos. Zapatillas para el caniche. Los chicos meten las narices en una bolsita. Son invisibles, porque si no incomodan, molestan en medio de tanta perfección.
Llega el 130, viajar en colectivo un feriado no es lo mismo que viajar en colectivo. Los coches vienen vacíos, fantasmagóricos, no hay colas interminables, no hay apretujones, empujones, gente enlatada y transpirada, impaciente, no hay frenadas bruscas, no hay trafico que nos demore. Un feriado somos pocos los viajeros, cada uno ocupa un asiento bien lejos de los demás, cada uno va absorto en sus pensamientos, nadie parece estar apurado por llegar a ningún lado.
Avenida Del Libertador derecho. Patio Bulrich, un jean $900. Más mercedes, más edificios paquetes. De pronto el paredón del tren. Estamos cerca de la estación de Retiro, estamos cerca del Sheraton, de las torres de corporaciones internacionales. Intuyo (porque el paredón me impide verla) que estamos todavía más cerca de Villa 31. La villa más codiciada por su ubicación, una de las más antiguas y más conocidas del país ¿Conocida? ¿Cómo puedo conocerla si nunca entré, si no puedo verla? La imagino más allá de las tres vías de los ferrocarriles tal y como me la mostraron los medios, pero desde acá o detrás de una pantalla de TV no puedo sentirla, respirarla, o vivirla, no puedo conocerla.
La villa queda atrás. El centro porteño. Gente durmiendo en las recovas, calles angostas, desérticas, abandonadas hasta el martes por la mañana, persianas bajas, los carros de cartoneros son los únicos que no descansan. Corrientes, emblemática, el Luna Park, el Correo Central, acá hago un trasbordo.
Al Sur
Mientras espero al “blanquito” (como se conoce en zona sur al 159) ramal “L” roja recorro la escena, una escena que se repite siempre que hay terminales de colectivos: puestitos callejeros de comida “al paso”, un chori y una coca $2, boleterías, mugre, hileras de colectivos dormitando en espera de la próxima vuelta. Falta la masa de aves desesperada por unas migajas, falta la masa de gente desesperada por abordar las unidades, claro, es de noche y es feriado.
El “blanquito” parte, es el último, esta noche ya no salen más. En la era de la comunicación, después de la hora 0, el conurbano queda incomunicado.
Comienza el viaje hacia el sur, nuestra próxima estación, algún punto en medio del partido de Quilmes.
La Catedral, el Cabildo, la Plaza de Mayo, la Pirámide, la Rosada se aparecen solemnes, majestuosos, ¿postal de Buenos Aires? Hay más, sus muros guardan celosamente miles de historias desde antes de que este Estado tuviera historia, la historia de todos: un 25 de mayo, revoluciones y contrarrevoluciones, los golpes, un bombardeo, un 17 de octubre, una ronda y pañuelos blancos, marchas y contra marchas, cacerolas, un diciembre de 2001, represión y festejo, alegrías y desgracias ¿Qué más?
El blanquito pasa por La Boca, hace poco estuve por acá. La excusa fue ver una muestra de arte, lo que vi lo definí como un pequeño cambalache del siglo XXI: La Bombonera, los conventillos, el puente nuevo y el viejo, Discépolo, Perón, Evita y Maradona, inmigrantes y extranjeros, pasta, asado y pochoclo, un lugar donde todo se mezcla y se aturden los sentidos. Otra vez el hedor inconfundible del Riachuelo.
Cruzamos el nuevo puente Nicolás Avellaneda, cruzamos. Si Palermo llama la atención por la exuberancia de sus edificios y canteros, por cada vereda cuidadosamente diseñada, Dock Sud sorprende por la carencia, el desorden, la improvisación, calles de tierra (el asfalto es un lujo que solo unas pocas cuadras poseen), casas de chapa, madera y basura. Crucé. Me siento extranjera ¿Soy extranjera en tierras bonaerenses? Al menos mi cara, al oír las referencias de un “lugareño” sobre la parada donde tengo que bajar, debe decir que vengo como “turista”: “cuando agarra La plata, después del descampado es la primera”.
Este es el disparador para una de esas fugaces charlas de colectivo: “que el transporte público es un desastre, que no puede ser que después de las 12 no se encuentre un colectivo, pero que es comprensible con la inseguridad esta muy difícil, hay zonas liberadas, de día es tranquilo, pero de noche hay que tener cuidado por donde se anda, que no anda casi nadie por la calle”.
Quilmes es partido de río (contaminado, igual que todos), cuyo nombre posee múltiples y contradictorios significados: lo hereda de un aguerrido pueblo originario, masacrado por la conquista española. Se lo presta a una cervecería que por más de un siglo representaría la cerveza argentina, hoy brasilera.
Casas humildes, se intercalan con otras aún más humildes y con esqueletos de fábricas que murieron hace más de una década. Un barrio obrero separado de otro por amplios pastizales, interrumpidos a veces por algunos asentamientos.
Finalmente pasamos el descampado de avenida La Plata, mi ocasional compañero de viaje me avisa que es la próxima, nos despedimos.
La Plata y calle 330 bis, llego a mi primer destino en este viaje, la casa de mis parientes quilmeños.
Durante la cena familiar que consistirá nada más ni nada menos que en pizzas amasadas en casa (nada de pre-pizza, nada de delivery’s) surgirán infinidad de temas de conversación (eso sí, con la tele de fondo, igual que en casa) que me darán una idea de lo distinto que es la vida en provincia: Que hace un rato vino La Chola y trajo higos, dice que la higuera está como loca dando frutos; que Tito, el de la vuelta, se pasó con el asado que se mandó hoy en el club; que mañana se termina el torneo barrial de fútbol que se juega en el potrero, etc.
A la mañana siguiente, la luz del día me permitirá encontrar aún más diferencias: veredas anchas, anchísimas, pobladas de chicos que juegan sin preocupación alguna, más que meter un pie en la zanja, el verde crece salvaje por todas partes, todos se saludan, se conocen, me llama la atención, pienso que por casa gracias que saludamos al del departamento de enfrente.
En cierta conversación con algún otro quilmeño saldrá el inevitable comentario de que la mayoría de los porteños somos creídos.
Después de la tradicional mateada matutina, tengo que despedirme, todavía me falta explorar “el norte” y ya faltan pocas horas para que la vida vuelva a su rutina habitual.
Vámonos pa’l norte
Ahora cruzo la capital en sentido inverso, voy hacia zona norte. Paso por Colegiales, Belgrano, la barranca donde terminan los colectivos imita la imagen del Correo.
El 15 cruza General Paz, en seguida agarra Ruta Nacional Nº 9, ambiciosa obra de ingeniería que pretende unir toda América a través de una única autovía, más conocida como La Panamericana. Atravieso las localidades más ricas del conurbano, Martínez, Vicente López, San Isidro y Tigre, siempre Panamericana derecho.
El mito del norte rico y el sur pobre se repite. ¿Existe un norte rico?, ¿o es un norte de contrastes mucho más marcados?
Center Norte y Unicenter, otra vez los mega shopping, las grandes marcas. Torres de oficinas, empresas multinacionales, caballerizas de purasangres. Olor a basura quemada.
A determinada altura del camino el paisaje se volverá más campestre, zonas cada vez menos pobladas, cada vez más extensiones de pastos interrumpidas, igual que en el sur, por asentamientos, la diferencia es que aquí se intercalan con quintas, con barrios privados o countries. La Cava y San Isidro Club. Campos de Golf, canchas de tenis y mortalidad infantil.
Después de muchos countries y muchas villas llegamos al cruce con Ruta 202, esta es la última parada. Bajo del 15, bajo de Panamericana. Podría estar en Quilmes, podría estar en el Correo, pero estoy en Don Torcuato. Es la misma escena otra vez: muchos colectivos vacíos, puestitos de comida, pobreza. Apenas unas cuadras me separan de un barrio de quintas, de casas con piscinas, de garitas de vigilancia en cada esquina. Cuatro por cuatro y “pibes chorros”.
Es en una de estas casas donde nos esperan amigos y familia para disfrutar de un asado de feriado. Las conversaciones del almuerzo también tendrán un amplio repertorio, pero bastante diferente al de la cena en Quilmes: que la política y la inflación, que cómo salió el Hindú Club (el equipo de rugby local), los próximos eventos del barrio, la inseguridad en aumento constante, la movida de la noche por la zona.
El verde acá también crece por todas partes pero en prolijos jardines, los chicos también juegan tranquilos en las veredas, pero altos muros dividen su realidad de la de muchos otros chicos. En zona norte la vida es más tranquila, más pausada, más silenciosa que en capital, igual que en zona sur, pero tienen sabores diferentes. El norte es rico y es pobre, las brechas sociales son enormes.
Fin de la pausa, fin del viaje
Otro fin de semana largo más se va y otra vez se repite la conocida escena de los embotellamientos eternos de aquellos que vuelven de las mini vacaciones, de los viajes relámpagos, de las escapaditas ¿Me pregunto de qué escapan? Inevitablemente, cada vez que disponemos de tres días libres en el almanaque, cientos, o miles de hombres y mujeres que habitan en esta megalópolis que es Buenos Aires y el cordón urbano que la rodea de extremo a extremo, arman los bolsos y se fugan, desesperados hacia la costa, las montañas, la nieve. ¿Le huyen a las presiones, a las responsabilidades? ¿Escapan tal vez del cemento, las interminables torres, el humo, el ruido, los bancos, los horarios, el ritmo siempre acelerado de la vida urbana? ¿O buscan alejarse de la rutina, lo cotidiano, lo de siempre, lo que ya conocen? ¿Conocemos Buenos Aires quienes habitamos en ella?
Nací y me crié en esta (tantas veces llamada) “jungla de cemento”, en veintidós años pocas veces tuve la oportunidad de ir mucho más allá de General Paz, aquella ancha avenida que delimita capital del conurbano. Buenos Aires y sus alrededores no pueden serme desconocidos y sin embargo hoy me sentí ajena a esta ciudad.
Mientras vuelvo a casa (otra vez arriba del 15) se me cruzan muchas preguntas:
¿Hoy hay zonas ricas y zonas pobres perfectamente delimitadas o las fronteras de una y otra desaparecen, se funden? ¿Me sentí más segura en la estación del Correo Central en el corazón de la city porteña que en una bajada de Panamericana o en la Estación de Quilmes? ¿Podemos pasar todos los días frente a la pobreza extrema y la riqueza desmedida, mezclado todo en un mismo “cambalache”: el hambre y la ostentación en una cuadra, y no notarlo?
Recorrí tres mundos, cada uno con sus particularidades, cada uno con sus lugares comunes, que me recuerdan que los tres son parte de una misma Gran Ciudad. Tres mundos que crisis tras crisis fueron abatidos por la pobreza, por la desconfianza y por el miedo que atraviesan de norte a sur la provincia (o el país entero). Las diferencias socioeconómicas resaltan más en algunos lugares que en otros, pero traspasan a toda la sociedad, borrando distritos, localismos, límites políticos, sociales, artificiales o no.
Recordé la primera experiencia en La Boca, hasta entonces un mundo que creía desconocido, y entendí que La Boca no es un mundo aparte, la Boca es todo Buenos Aires condensada en unas pocas cuadras. El territorio bonaerense y la ciudad autónoma, son tierras de colores brillantes y de grises; de puerto y de industria olvidada; de aromas superpuestos; de tango y de cumbia villera; de sonidos y de silencios; de delta y de microcentro; de mito y de verdad; de política y de futbol; de arrabal y de bulevares; de moda y de arte; de lujo y de miseria; de consumo y de carencia; de río y de riacho; de sabores de acá y de allá; de cemento y de barro; de hormigón y de chapa.
Hoy convertí lo familiar en exótico, miré las rutinas, lo cotidiano de la costa rioplatense, con otros ojos, con ojos de extraña y encontré a la Buenos Aires europea y a la Buenos Aires latina, el emporio de lo importado y la capital del cirujeo, todo junto.
En esta pausa del calendario, en este viaje a través de un viejo y conocido lugar, aproveche para ver con otros ojos mi ciudad y sus suburbios, para encontrar algo nuevo en lo de siempre.
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