miércoles, 10 de diciembre de 2008

“Al que madruga, Dios lo ayuda” dice el refrán; pero a qué conclusiones se pueden llegar a partir de esta afirmación. “(…) Los refranes son sentencias breves, habitualmente, anónimas (…)”. Cada uno de ellos posee una suerte de valor consensuado o, mejor dicho, popularizado que va trasmitiéndose de generación en generación tal como un legado y se refieren a observaciones devenidas de la experiencia colectiva a lo largo del tiempo y que abordan las temáticas más diversas.
El vocablo Dios remite a un ser supremo que pertenece a las religiones monoteístas. Dios es aquel que todo lo puede y es sinónimo de bondad. Dios encarna una figura divina y universal, piadosa de aquellos necesitados y defensora de las causas nobles. Dios ayuda a todo aquel que así lo merezca y que, como bien se emplea en la jerga religiosa, no haya cometido ningún pecado.
Por otra parte, suele asociarse la acción de madrugar con todo aquel ser humano que se sacrifica para lograr sus objetivos y que como tal es merecedor del éxito.
Hay un tinte un tanto discriminatorio en la idea que expresa dicho refrán. Una buena dosis del buen optimismo capitalista y religioso. ¿Todos aquellos que no son practicantes de alguna de las religiones en las que Dios es protagonista no merecen ser ayudados, ni tampoco merecen triunfar en sus acciones? ¿Todo aquel que haya accionado de modo equivocado no es merecedor del éxito? ¿Qué sucede con aquellos que no aprovechan al máximo sus tiempos ni trabajan duro ni son sacrificados?.
Del lado marginal siempre queda lugar para aquel que no invierte su esfuerzo en cumplir con sus objetivos y termina siendo sentenciado en los tribunales de la justicia divina. Aparentemente no es meritorio tener capacidades innatas ni tampoco lo es haber tenido suerte. Como todo en este mundo, en el cielo también hay lugar sólo para unos pocos.






No hay comentarios: