jueves, 4 de diciembre de 2008

Facultad de Ciencias de la Incomunicación


“El terror se basa en la incomunicación”
(Rodolfo Walsh, ANCLA)


Otro año se termina, se nos va otro cuatrimestre. Ante todo final, de todo acontecimiento, hecho, período, ciclo de la vida, todos solemos tener tendencias revisionistas: analizar logros, objetivos cumplidos o no, las metas perseguidas. En fin, ojear el camino recorrido y sacar nuestro “balance”. Yo no voy ser la excepción a esta regla.
Como todos los años, los estudiantes hemos asistido al ritual de volantes y arengas que invaden los pasillos y las aulas ante cada comicio por el Centro de Estudiantes de la facultad de Ciencias Sociales (CECSO) de la Universidad de Bs. As. (UBA). En estas elecciones en particular fui testigo y partícipe de ciertas escenas que han llamado poderosamente mi atención:
Tengo la fortuna de haber hecho muy buenos amigos en el corto lapso de dos años dentro de los pasillos de esta universidad. Muchos se conocen entre sí, otros no. Cada grupo tiene sus particularidades. Uno de ellos, el más grande numéricamente hablando, está sumamente politizado: militantes del Partido Obrero (PO), de Izquierda Socialista, de frentes independientes y no agrupados con tendencias que pasan por toda la franja de izquierda hasta incluso llegar a simpatías kirchneristas.
Aún siendo amigos, fue imposible que los nueve integrantes compartiéramos una cena todos juntos durante el desarrollo de las elecciones. Más allá del cariño, las fricciones no pudieron evitarse
Si un grupo de nueve personas que se conocen y estiman no pueden evitar mantenerse incomunicados debido a la política, ¿cómo pretender que el resto del estudiantado no se encuentre frente a una ilógica situación de incomunicación (a pesar de ser futuros licenciados en esta materia) ante las elecciones y todo lo referente a las agrupaciones políticas?
Tampoco pude dejar de poner atención sobre el enorme rechazo que recibieron los militantes de agrupaciones ante “las pasadas por las aulas” (aquella recorrida por los cursos anunciando primicias, plataformas electorales y un popurrí de novedades). Tal vez se deba que al ajetreo que significa el acto electoral también se le sumaron las tensiones y el retraso en el calendario académico producido por la famosa “toma” de la facultad durante el cuatrimestre aún en curso, en pos del reclamo por el edificio único, y que dividió profundamente al estudiantado.
Pero más allá de mis suposiciones y vivencias personales lo cierto es que los números bastan para observar que hay un grave problema de comunicación (o no-comunicación) entre los “estudiantes comunes” y los “estudiantes-militantes”:
En las últimas elecciones obligatorias, en el año 2007, se estima que participaron entre 16 y 20 mil estudiantes de un padrón de 27 mil[1]. Este año, en las elecciones optativas para el CECSO, tan solo participaron 5.284 alumnos[2].
¿Qué es lo que provoca esta situación? ¿A quién echarle la culpa de que militantes y no militantes no puedan entablar un diálogo? ¿A la pésima retórica de las agrupaciones estudiantiles? ¿A la mala predisposición de los estudiantes no politizados? ¿Al contexto social, político y económico que rodea y modela a nuestras generaciones con una visión negativa de todo aquello referente a la palabra “política”?
En el imaginario popular (aún dentro de los claustros universitarios) parece permanecer la creencia de que existe un abismo infranqueable entre un “ellos” y un “nosotros” dentro de la población estudiantil: militantes vs. estudiantes, alumnos politizados vs. “despolitizados”. No podemos atribuirle una causa única a este discurso que circula en nuestra sociedad desde décadas oscuras recientes y que se cuela en las aulas, un discurso que parece afirmar que la actividad de militar automáticamente es excluyente del trabajo y del estudio, que no es compatible con los roles de trabajador y estudiante. Son múltiples y complejos los factores que intervienen en este conflicto, en esta incomunicación, de los cuales sólo puedo enumerar unos pocos:
En primer, lugar cabe mencionar que estamos haciendo referencia a una generación que se ha criado bajo las marcas que ha dejado en sus padres la última dictadura militar; que forma parte de una sociedad donde la palabra “política” se ha convertido en sinónimo de mala palabra, quedando irremediablemente asociada a la corrupción, la estafa, el descrédito de las instituciones (incluida la UBA) y los representantes del pueblo.
A este panorama se suma el rol de los profesores: sociólogos, abogados, antropólogos, historiadores, semiólogos, en fin, intelectuales dedicados al estudio de las ciencias humanas. Intelectuales en tanto que, según A. Gramsci, cumplen la función de educadores no sólo en la transmisión de conocimientos, sino como constructores de la sociedad. Intelectuales que intervienen directamente en nuestra formación política ante la decisión de abordar tal o cual tema desde tal o cual enfoque, pero de los cuales la gran mayoría permanecen indiferentes o (en los peores casos) ponen obstáculos a los escasos espacios de encuentro entre militantes y no militantes, protestando contra toda manifestación explícita de la política universitaria. Contados son los casos de profesores que instan a sus alumnos a interiorizarse sobre los reglamentos, los reclamos, las agrupaciones, que “en definitiva son quienes van a terminar representándolos y tomando muchas decisiones sobre su vida académica futura” (J. Saborido).
Una cuota importantísima de responsabilidad en la no-comunicación sin duda, debemos atribuírsela a las agrupaciones estudiantiles, muchas de las cuales son manejadas por partidos políticos.
El fraccionamiento cada vez más vertiginoso de las mismas, que conduce a su constante desaparición y multiplicación, cambios de nombres, de orientaciones, de convicciones y acciones no ayuda a esclarecer un panorama por demás complejo para quien comienza su trayecto en la carrera. A pesar de los cambios producidos por las nuevas tecnologías de la información y la comunicación que abren un sin fin de nuevas posibilidades para el intercambio entre estudiantes y agrupaciones, son escasas o inexistentes aquellas que han abierto estas nuevas vías de comunicación. Por el contrario la mayoría permanece aferrado a las viejas técnicas de cooptación de votos. La mayor parte de las agrupaciones también persiste en esquemáticas consignas, polarizadas, arcaicas, que apuntan más a políticas nacionales y con las cuales la mayoría del estudiantado no se siente identificado (“Ni K, ni campo”, “por un gobierno nacional de los trabajadores”, etc.). Todo esto, sin mencionar el acoso desmedido al que someten a los estudiantes durante una semana al año con el único fin de captar su voto. Es decir, poco y nada parece aplicarse de las teorías y prácticas de la comunicación y las herramientas retóricas y argumentativas que nos brinda la carrera.
Finalmente, queda ver cuál es la responsabilidad de los alumnos “despolitizados”.
Si hay algo que nos ha enseñado la carrera desde el primer día es que todo tiene su dialéctica: decir que la sociedad determina individuos despolitizados sería caer en un absurdo reduccionismo. Los individuos modelan a la sociedad tanto como ella interviene sobre los individuos. Y pareciera ser, que en una sociedad donde la política no tiene valor alguno debido a que las cadavéricas instituciones de la democracia parecen no dar soluciones por sí mismas, los alumnos encuentran una perfecta excusa para evitar intervenir y comprometerse con las responsabilidades y derechos que otorga el ser miembro de una Universidad Pública y Gratuita. O tal vez el problema esté justamente en esta idea, que los alumnos despolitizados no se sienten miembros de la UBA si no simples transeúntes en una carrera (o maratón) para obtener un título prestigioso.
En suma, todos los actores intervinientes en este acto de comunicación no concretado que representa la política estudiantil, tienen su importante cuota de responsabilidad.
Tal vez cuando finalmente estudiantes, agrupaciones y docentes comprendamos realmente que el poder no es un objeto inerte que se cede a un gobierno soberano o a una institución, sino que es una relación de fuerzas que atraviesa a la sociedad y a cada individuo, que se ejerce y expresa en las acciones más cotidianas de la vida, y que ante el poder siempre puede haber resistencia, que siempre existe la posibilidad de cambiar esas relaciones, tal vez entendamos que la política esta ahí, entre nosotros. Existe en cada acción o decisión que tomamos y sólo depende de nosotros lo que hagamos con ella. Tal vez entendamos entonces que para poder cambiar las relaciones de poder basta con que nos comuniquemos.


[1]“El kirchnerismo se impuso en las elecciones de Ciencias Sociales de la UBA”, Clarín.com, miércoles 03 de octubre de 2007.
[2] Datos proporcionados por el CECSO.

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