lunes, 8 de diciembre de 2008

Ensayo: "La insoportable levedad del nosotros"

“Los otros, en verdad, son tales, pero, para estos otros,
el Otro soy yo.”

(Ryszard Kapuscinski, Cracovia, 2005)


A lo largo de la historia el hombre se ha constituido a si mismo a través de la identificación con un colectivo de pertenencia, el ser parte de un “Nosotros” (sea por afinidad ideológica, religión, raza, sexo, etc.), en contraposición a un “Otro” diferente: Occidente/Oriente, Blancos/Negros, Europa civilizada/colonias salvajes, Capitalismo/Comunismo, etc.
Ese encuentro entre un “Nosotros” y un “Otro” ha sido una experiencia fundamental que se ha repetido a lo largo de la historia numerosas veces. Ante este choque, los grupos contaron con tres alternativas posibles: construir un muro y aislarse, hacer la guerra o entablar el diálogo. Por desgracia sobran los ejemplos de las primeras dos alternativas: desde las puertas de Babilonia y la Gran Muralla China al Muro de Berlín y el apartheid o, si de campos de batalla se trata, basta con mencionar la conquista y colonización de América, África, Asia y Oceanía o las dos mortíferas guerras mundiales que vio pasar el siglo XX.
El tema del “Nosotros” y los “Otros” y la violencia que suele acompañar este encuentro, ha sido estudiado por notables pensadores. Tan sólo en la última centuria podemos mencionar desde los estudios de Malinowski sobre las tribus melanesias en las islas Trobriand, pasando por Edmund Leach, hasta autores que fueron influenciados por la aparición de la sociedad de masas, la expansión de ideologías totalitarias (nazismo, fascismo y estalinismo) y el consecuente desarraigo y terror que estas propagaron, tales como Emmanuel Lévinas y Tzvtan Todorov.
Argentina es un territorio en el que abundan ejemplos de encuentros con el “Otro” que han terminado en baños de sangre y muerte: Primero fue civilización o barbarie, federales o unitarios; después criollos o inmigrantes, peronistas o radicales, fascistas o subversivos, sin olvidar, claro, la lucha de clases marxista: el movimiento obrero contra las patronales. Algunos de estos enfrentamientos perduraron y se transformaron, el interior vs. la capital incluso llegó a dividir a aquellos que viven de un lado y de otro de una avenida entre bonaerenses y porteños.
La historia de dicotomías absolutas se extiende en una infinita lista hasta llegar a la última y doblemente mediatizada (es decir, mediada por los medios): “el campo” o el gobierno, a favor o en contra.
Pareciera ser que no importa por qué causa o empresa, siempre estamos dispuestos a emitir un juicio aún sin tener los argumentos necesarios a mano y, probablemente, a raíz de ello iniciar una discusión o una guerra, o simplemente aislarnos aduciendo que es un tema que no merece nuestra atención porque realmente no vale la pena.
Según Leach, la violencia entre seres de una misma especie (la humana) se explicaría por la ansiedad, la sensación de amenaza que produce la presencia cercana de alguien incierto, de aquel que es diferente a “nosotros” y con quien pensamos que es imposible la comunicación.
Sin embargo, si estos autores estudiaron la conformación de un “Nosotros” a partir del “Otro” durante el surgimiento de las masas, nosotros hoy asistimos a una transición de esta sociedad de masas a una sociedad globalizada, la famosa aldea global, producto de las vertiginosas transformaciones de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC’s) y de los transportes. La revolución tecnológica (o más bien electrónica) y la consecuente transformación de la cultura han dado origen a sociedades cada vez más heterogéneas y fragmentadas, por tanto ¿cómo definir quien es el “Otro” en esta nueva sociedad?
En la actualidad surgen nuevas diferencias que dan origen a más segmentaciones: Los cuadros dirigentes vs. las bases trabajadoras, los ciudadanos comunes vs. los políticos, los estudiantes militantes vs. los estudiantes despolitizados y tribus urbanas enfrentadas entre sí.
Hoy, los colectivos de identificación son cada vez más reducidos, más seculares. Aquello que nos define es cada vez más restringido. Cada vez hay más “Otros” diferentes de un “Nosotros” y sin embargo la violencia no desaparece, se multiplica.
El “Otro”, extraño e incierto, esta cada vez mas próximo, mas cercano. El “Otro”, potencial peligro, se ha transformado en nuestro vecino, en el barrio, en el trabajo o en el estudio.
La disolución de las instituciones propias de la sociedad moderna implica la desaparición del “Nosotros” y la exaltación del individuo. Hoy el “Nosotros” queda relegado a situaciones mínimas y casi todos (o todos) se convierten en un “Otro”.
Podríamos decir, tal como lo afirma Zygmunt Bauman (La modernidad líquida, 2002) que “los sólidos que han sido sometidos a disolución, y que se están derritiendo en este momento, el momento de la modernidad fluida, son los vínculos entre las elecciones individuales y los proyectos y las acciones colectivas.”

Los sólidos que se licuan

Las instituciones propias de la modernidad “están muertas y todavía vivas”, Bauman las llama instituciones zombies, de ellas sólo queda el cascarón. Por dentro están vacías de significado: la democracia, el partido, el sindicato, la clase, la universidad, el vecindario, el club de barrio, incluso la familia.
Los datos que podemos encontrar en la sociedad argentina de los últimos años dan cuenta del deterioro de las mismas:
El club y la murga, aquellos lugares que buscaban ser punto de encuentro entre los vecinos del barrio, que promovía la reunión con objetivos y metas a cumplir y que era indispensable a la hora de conformar la identidad barrial han pasado de moda.
El carnaval (y con él la murga) fue hostigado por las dictaduras militares. Los clubes de Capital Federal, que supieron tener su época de gloria en la década del 40 cuando eran más de 700 y nucleaban a alrededor de 3.000 socios cada uno, hoy apenas sobreviven. Quedan de ellos, escasamente, 300 establecimientos con un promedio de 400 socios cada uno[1].
Los sindicatos, tal cual lo relató Rodolfo Walsh ya en 1968, también fueron en decadencia. Al vandorismo le siguieron décadas de despidos masivos, medidas neoliberales, cierres de fábricas, aumento de la desocupación y una hiperinflación acelerada, además del avance de las tecnologías que requirieron cada vez más del trabajo intelectual especializado. Todos estos factores contribuyeron a terminar de fragmentar y dispersar a la clase trabajadora como tal (a eliminar su conciencia en sí y para sí). En 1954 se estimaba un 48% de la clase trabajadora afiliada a los sindicatos. En marzo de 2008 se calcula una proporción del 37 % al 20% de afiliados (teniendo en cuenta el trabajo en negro) sobre el total de los trabajadores[2].
La crisis económica de 2001 fue acompañada por una crisis de representatividad que puso fin al sistema “bipartido” que caracterizaba la política argentina: el radicalismo se hundió en la deslegitimidad. El peronismo se despedazó en múltiples corrientes. Surgieron banderías de las uniones y alianzas más incomprensibles que dieron origen a facciones que no tenían ni filiación ideológica, ni militancia, ni tradición política.
A nada más que 20 años de haber recuperado la democracia, después de una seguidilla de violentos golpes militares, esta también parece haber pasado de moda:
En las últimas elecciones presidenciales, que tuvieron lugar durante el 2007, el 86%[3] de las notificaciones para ser fiscal de mesa fueron rechazadas, los partidos políticos no contaron con suficientes militantes para fiscalizar y el ausentismo, con el 27% del padrón, se transformó en la segunda fuerza electoral. Este mismo esquema se repitió (a nivel micro) en las urnas de las instituciones como la UBA. En el 2008, en las elecciones a Centro de Estudiantes de la Facultad de Ciencias Sociales, tan solo participaron 5.000 alumnos de los 16.000 que votaron en las elecciones obligatorias del año anterior[4].

La moderna modernidad

Las nuevas tecnologías nos permiten disfrutar de todas las comodidades sin salir de nuestro hogar, privatizan y dejan en extinción a los espacios públicos: se puede ordenar comida con sólo marcar un número en el teléfono, hablar con personas de todas partes del mundo frente a un monitor gracias a Internet. El ordenador también nos permite practicar toda clase de deportes y juegos sin levantarnos de nuestras sillas. Las TIC’s nos mantienen conectados las 24 horas. La televisión por cable y el DVD que se pueden disfrutar en solitario reemplazan al cine (un medio que implica la reunión), y los reality shows que nos dejan elegir a nosotros (los espectadores) desde el sillón de nuestro living, el destino de sus participantes, reemplazan nuestra necesidad de expresarnos en las urnas. Reemplazan los lazos, redes e instituciones sociales y sirven de atenuantes a la situación de ahogo, aislamiento y exclusión.
Hoy pareciera no haber un “Nosotros” definido con quien aliarse, con quien identificarse, y por tanto tampoco existe un “Otro” delimitado contra quien oponerse, pero la violencia física o simbólica sigue presente dentro de la sociedad.
Ante la licuefacción de las instituciones modernas que moldeaban los colectivos de identificación de nuestra sociedad, se diluye el “Nosotros”: el nosotros barrio, el nosotros estudiantado, el nosotros trabajadores, el nosotros ciudadanos, el nosotros argentinos. El “Otro” son todos.
Bauman retoma los conceptos de Foucault sobre dominación y poder y llega a la conclusión de que en la modernidad líquida la desintegración de las redes sociales es el objetivo y el resultado del ejercicio de las nuevas técnicas de dominación que se basan en “el descompromiso y el arte de la huida”. La gente, las elites que manejan el poder del que depende el destino de la sociedad, son volátiles, invisibles, inaccesibles. La precariedad de los vínculos humanos es lo que les permite actuar.
Malinowski, para entender a los trobriandeses convivió con ellos adoptando su cultura y extrañándose de la propia. Todorov y Lévinas padecieron en carne propia el desarraigo de su patria y la adopción de una nueva muy diferente.
Tal vez la solución para librarnos de las nuevas formas de dominación sea empezar por dejar los gritos y las cacerolas y, tal como propusieron estos antropólogos, hablar con el “Otro” cara a cara, apelar a aquello que nos es común a todos. Después de todo, el “Otro” no es más que un espejo en el que “Nosotros” mismos nos reflejamos. Ellos también somos Nosotros.

[1] “Los clubes de barrio apuestan al cambio para poder sobrevivir”, Clarín.com, 11 de noviembre de 2003.
[2] “Poder real y poder simbólico”, Pagina/12, 08 de marzo de 2008.
[3] “Los fugitivos de la Justicia electoral”, Pagina/12, 25 de octubre de 2007.
[4] Datos proporcionados por el CESCO.

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