Cuenta la leyenda que en el bosque de Haggard, desde tiempos inmemorables, habita el Mantícora. Una bestia tan abominable como su origen. Se dice que la criatura es fruto de la relación entre un dios y una mortal. Como castigo de los demás dioses, el hijo sería la más horrenda creación sobre la tierra y se alimentaría de humanos, para recordarles el pecado de aquella mujer, que fue devorada por la bestia, quien se bañó en la sangre de su progenitora y tomó para siempre el color escarlata.
El sol asomaba radiante en el cielo el viento hacía danzar a las flores. El Rey Eleas, Señor de Amaranth, se dirigía con su séquito a cazar en el bosque de Haggard. Lo acompañaban sus hijos, el príncipe Lorien, heredero al trono y el príncipe Arold, el hijo menor. Los mienbros de la familia real iban escoltados por los diez mejores hombres de la guardia personal del rey. También llevaban los perros de caza.
Eleas conocía muy bien la leyenda del bosque y su objetivo era apresar al mantícora. Sólo él sabía el verdadero fin de esa travesía Desde hacía meses las relaciones con el reino de Eranía se habían vuelto hostiles. Su idea era atacar ese reino. Capturar a la legendaria bestia sería golpe contra la moral de sus enemigos. Pero el rey subestimó a la leyenda.
Cerca del mediodía, el contingente se había adentrado en el bosque y se disponía a almorzar. La luz solar se filtraba entre los gigantescos árboles, no se oía nada, lo único que escuchaban esos hombres eran sus propias voces. Pero ninguno, excepto Eleas reparó en el extraño silencio del bosque. Él sabía que ese no era un bosque normal. Algo más habitaba en él y el monarca quería tenerlo, exponerlo, humillarlo. Quería sentirse un dios.
Un rugido estrepitoso se escuchó en el bosque y más allá, hasta las montañas de Erania temblaron. En ese instante Lorien se dio cuenta de todo. Entendió por qué su padre llevaba siempre celosamente ese libro con antiguas leyendas. Comprendió su inmersión en el bosque, los mejores soldados del reino, el silencio de su padre, el rugido. Mientras los pensamientos se organizaban en la mente del príncipe, un segundo rugido volvió a sacudir el bosque. Las copas de los árboles se unieron y convirtieron el mediodía en penumbras. La pequeña fogata se convirtió en humo. Un olor nauseabundo, a putrefacción, a muerte, abrazó al olfato de los humanos. Los soldados, los más valientes y honrados de Amaranth implementaron una formación defensiva para proteger al rey y a sus hijos. Pero uno a uno, los diez caballeros, los más bravos de todo el reino, fueron arrastrados a la oscuridad por el bosque. Su legado fueron los gritos de terror y agonía. En menos de un minuto, padre e hijos se encontraron solos. No obstante, Eleas resplandecía de excitación, parecía vivir un sueño. Al mirarlo, Lorien tuvo la sensación de que su padre, experimentaba otra realidad.
Arold gritó. Fue un alarido provocado por un dolor inimaginable. Eleas y Lorien giraron y lo vieron, estaba delante de ellos. Su cabeza y cuerpo simulaban ser de león. De su lomo sobresalían enormes alas de murciélago. Su pelaje era del color de la sangre. Y su cola había sido diseñada como la de un escorpión, más grande, igual de mortífera. Ahora sostenía en el aire el cuerpo de un joven príncipe, moribundo, envenenado por ese aguijón escarlata.
El rey se puso delante de la bestia y a los gritos le ordenó que liberara a su hijo. El rostro golpeó dos veces el suelo, la corona sólo una. De un zarpazo, el mantícora había arrancado la cabeza del rey y cubierto de sangre a Lorien. Éste se quedó inmóvil, inmutable. Sabía que estaba frente a la muerte, pero no perdió el control. Tampoco lamento a su padre, sentía que se lo merecía, por llevar a sus hijos a ese bosque, lleno de oscuridad y terror. Una pequeña ráfaga de viento se interpuso entre la muerte con cabeza de león y el príncipe. Fue sólo un segundo, pero pareció que toda la vida habían estado así, cara a cara, la vista puesta sobre los ojos del otro. Un nuevo grito de su hermano, despertó del transe a Lorien. El dolor que sentía el menor de los príncipes, se colaba en el cuerpo del heredero a través del oído. Debía hacer algo por su Arold, no podía quedarse allí parado esperando llegar al otro mundo. De repente y sin saber por qué, recordó a su madre. Ella siempre le contaba cuentos cuando eran niños. Uno de esos cuentos hablaba de una criatura horrenda que comía hombres y que los cazaba con su aguijón venenoso. La única forma de salvar a alguien picado, era cortarle la cabeza a la bestia. A la vez que recordaba esto, Lorien empuñaba su espada con toda la fuerza que tenía su cuerpo. Su única posibilidad era cortarle la cabeza al mantícora y así, salvar a su hermano, por más que tuviera que entregar su vida.
Un rugido rompió el aire. Una sombra se abalanzó sobre él y lo tumbó al piso. Las patas se posaron en su pecho aplastándolo. Las fauces se abrieron a centímetros de su rostro y pudo sentir el hedor a sangre. Por desesperación levantó su espada con las últimas fuerzas que le quedaban y trató de alcanzar el cuello del mantícora, que con sus dientes detuvo el brazo. A punto de arrancárselo, la criatura cruzó de su pata derecha delante de la otra para sostener mejor a la presa. Fui ahí, que a pesar del dolor infinito, Lorien tomó la daga que llevaba en la cintura y la incrustó en el corazón del mantícora. En ese instante los oídos del príncipe se taparon, todo resto de sonido se había disuelto, igual que la bestia y su hermano y el mismo bosque. Con el brazo casi deshecho y sin energía para levantarse, miró por sobre su pecho y vio campo, mucho campo, rodeado de montañas. Dejó caer su cabeza y cerró los ojos, mientras el sol secaba la sangre en su cara.
Bienvenida -- 2024
Hace 3 meses
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