viernes, 26 de septiembre de 2008

Un Cambalache de sensaciones


Diez y media de la mañana del sábado 4 de mayo de 2008, comienza un nuevo viaje.
Apenas serán poco más de 13 kilómetros la distancia que recorreremos pero será un viaje mucho más largo, hacia un pequeño sub-mundo hasta ahora desconocido para mí.
Con las chicas quedamos que yo subiría al 64 en el que ellas venían desde Estación Belgrano cuando este pasara por Pacifico. Sincronización perfecta. Así nos encontramos ya en viaje hacia el sur de la capital.
A las 12 en punto del mediodía desembarcamos en La Boca.
Nos recibió el viejo puente trasbordador Nicolás Avellaneda que conecta el barrio porteño con la “Isla Maciel”, parte de Dock Sud en Avellaneda. No puedo dejar de tener una sensación contradictoria al verlo: Hace casi un siglo fue sinónimo de progreso, de industria. Hoy es tan solo una vieja estructura metálica abandonada que remite a la pobreza y la marginalidad, eternamente asociados a la “isla”. Este tal vez sea un anticipo de aquello que me contará el barrio.
¿Como definirlo? La Boca no entra en clasificaciones, no hay categorías para encasillarlo. Tan solo en dos calles los cinco sentidos se abruman.
Entre Caminito y Magallanes escuchamos tango, tango electrónico, rock nacional, música clásica y batucada; acentos mexicanos, venezolanos, paraguayos, idiomas de oriente, ingles, italiano y francés; aplausos, invitaciones a probar todo tipo de manjares: picadas del campo pampeano, asado bien criollo, milanesas a caballo, pizza, pocohoclo y manzana acaramelada. Sentimos sus aromas mezclados con sahumerios, esencias y el Riachuelo, irremediablemente putrefacto.
Los colores inundan la vista: los viejos conventillos resaltan en amarillos y azules chillones, en rojos y verdes intensos. Madera, chapas y adoquines atravesados por antiguas vías de tranvías nos transportan a otra época.
Dobles y estatuas de Maradona se intercalan con otras de Perón y Evita.
Entre museos, ferias y shows llegamos a Magallanes 890.

El Conventillo Verde
Este es una vieja casucha, al igual que todas las demás, construida con chapas y maderas en 1863, cuyo nombre delata el color de la fachada. Tal vez en aquel entonces fue el hogar de varias familias inmigrantes, hoy alberga las obras de muchos jóvenes artistas. Autodidactas la mayoría, de pocos recursos y mucho ingenio, logran exhibir sus obras en este espacio que fue acondicionado para tal fin en el año 2001.
El interior se divide en tres ambientes ocupados cada uno por artistas diferentes, de los más variados estilos.
La decoración, más sencilla imposible: Paredes y techos blancos, ventanitas con cortinas del mismo color. Los pisos, un entablonado de madera que parece va a desplomarse bajo nuestro peso en cualquier momento. Predomina el reciclado y la artesanía: Un par de mesitas cuyas bases son soportes de antiguas maquinas de cocer, sillas de lo mas dispares, re tapizadas, re esmaltadas, dos arcaicos bafles que emanan música renacentista (según anuncia el locutor) y un trípode convertido en mesita para colocar el libro de visitas, un espejo viejo y un mostrador, un calefactor desvencijado y dos plantas conforman todo el mobiliario. Se ven distribuidos recipientes con agua por todo la casa, de diferentes formas y tamaños, la anfitriona nos cuenta que es para armonizar, “el agua, igual que el cuerpo humano, es el elemento más absorbente” argumenta.
Comenzamos por recorrer la muestra de Celia Güichal, Licenciada en comunicación y profesora de taller de expresión en la UBA y en la UNQUI, además de escritora y artista. El titulo de la muestra, “Paisaje interno, Paisaje externo” no podía ser más propio para representarla. Entre la veintena de cuadros expuestos podía sentirse la presencia del norte argentino, una realidad, conflictos externos, pero a la vez todas eran imágenes oníricas que podían narrar muchos de los pensamientos y deseos de la autora.
Dos obras que captaron mi atención podría ubicárselas como parte de una misma serie:
“Pachamama” (acrílico sobre tela, 40 x 60) y “Matriz” (no se especifica ni técnica ni medidas). En ambas obras la escena es dominada por una semiesfera de azul profundo, oscuro. De su interior, de un hueco en su centro, surge una figura amorfa, de rojos, naranjas y amarillos furiosos, evoca un tejido muscular, un órgano, el órgano de la gestación, la matriz. Ambas obras parecen ser una metáfora perfecta de la fecundidad, la creación de vida, la maternidad, la mujer, la madre tierra. Cada una representa un momento diferente en este proceso de creación de vida: “Pachamama”, es el momento de la fecundación, cientos de cabezas blancas con colas se dirigen hacia ese hueco en el centro de la madre tierra, hacia esa matriz. En “Matriz”, de esa figura roja, amorfa, alusiva a un útero, pende un punto que irradia brillo, un cigoto, una nueva célula, una nueva vida.
En la muestra hay un tercer cuadro referente al mismo tema, compuesto en la misma gama de colores se distingue en el una figura femenina. El mismo se titula “la cuida vida”.
Continuamos el recorrido por la muestra de otros artistas, algunos pintaban motivos característicos de la boca: el tango, el puerto, los buques, los conventillos. Otros se abocaban a la representación de la figura humana de forma abstracta, jugando con diferentes materiales, texturas y tonos brillantes.
Antes de abandonar la exposición me tope con una obra que me resulto interesante por lo transgresora. Si bien se ha vuelto una moda de varios best-sellers de la narración, hablar sobre la feminidad en la religión católica, era la primera vez que tropezaba con una creación visual que hablaba de un elemento central del Cristianismo en versión femenina. La obra, de Pablo Distefano (autodidacta), consistía en un sin fin de piecitas metálicas recicladas (tornillos, resortes, tuercas) aglutinadas y esmaltadas en marrón que daban forma a un Crucifijo. Pero lo peculiar de este crucifijo era que el Cristo en él representado poseía una cintura y caderas bien marcadas, y en el medio de su pecho se distinguían, perfectamente formados, un par de senos.
Sin lugar a dudas uno no puede irse del Conventillo Verde sin haber experimentado las más variadas emociones transmitidas por este arte tan diferente de aquel que acostumbramos a ver en los grandes y lujosos museos.

A la Vuelta
Salimos de la muestra y decidimos que la Boca tenía aún más para cotarnos, recorrimos sus calles, sus ferias, entramos a tiendas, probamos las delicias que ofrecían los bodegones, escuchamos y pedimos tangos nostálgicos, el ultimo fue “Cambalache”.
Tal vez esta sea la palabra más apropiada para describir a este barrio lleno de historia. Alguna vez barrio humilde, barrio de puerto y de inmigrantes desarraigados que buscaban echar raíces, de gente que corría por las calles atareada. Hoy barrio de recuerdos, que sigue lleno de extranjeros que también corren, pero esta vez para poder conocer un país nuevo en dos semanas de vacaciones.
Ya empieza a caer la tarde, el frió se empieza a sentir y emprendemos el regreso a casa. El puente ahora nos despide. Sigue ahí, sus hierros oxidados guardan más de nueve décadas de historia, que no duda en compartir con aquellos que quieran oírla, verla, degustarla, respirarla y sentirla.
En la Boca todo se mezcla, todo aparece indiferenciado: lo nuevo, lo viejo y lo reciclado, lo caro y lo barato, lo elegante y lo sucio, el arte y la frialdad, lo trágico y lo cómico, lo típico y lo exótico.
“Igual que en la vidriera irrespetuosade los cambalachesse ha mezclao la vida,y herida por un sable sin remachesves llorar la Bibliacontra un calefón”

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